MI FIEL NISSAN QUIERE ENVEJECER A MI LADO

Los años no perdonan. Continuamente ESCUCHAMOS esa frase que se ha convertido en una sentencia irrefutable. Los años no perdonan ni a las personas, ni a los animales ni a las cosas. Mi viejo Nissan y yo llevamos muchos años juntos. Los dos vamos envejeciendo pero él más deprisa que yo. Tal vez porque él me trata mejor a mí que yo lo hago con mi viejo Todo Terreno. Hace unos días decidí venderlo. Bueno venderlo es un decir porque no creo que nadie me ofrezca dos duros por él. El caso es que salimos al monte los dos y cuando estábamos allá en lo más alto del Coto de Marcofán,  lo dije que teníamos  que separarnos. Le dije que la economía está algo precaria y hay que reducir gastos. Mientras le hacía  esas reflexiones y unas cuantas más, yo le miraba y cuanto más lo hacía, más cara de pena le veía a mi querido y servicial Nissan. Sus faros que tantas noches iluminaron los caminos y carreteras por donde circulamos. Caminos polvorientos y carreteras llenas de piedras de todos los tamaños y familias. Jamás escuché de él, un lamento ni un reproche. Jamás se cansó de soportar toda clase de inconvenientes. Hasta los faros antiniebla, siempre dispuestos a taladrar las oscuridades más densas, al escuchar mis consideraciones  oscurecieron su brillo habitual. Cansado de consideraciones sobre si lo vendo o lo regalo, me subí y empecé a caminar hacia el Prado de Porto de Bois. Absorto como iba, no me di cuenta que me había adentrado en un juncal  que, por culpa de las últimas y persistentes lluvias, se había convertido en una auténtica braña. Cuando quise detenerme,  el fango llegaba al eje de las ruedas. Temí quedarme varado en aquel cenagal.. Le dije a mi coche, en tono recio y a la vez cariñoso que no se arredrara y que me sacara de allí que ello sería el salvoconducto para permanecer a mi lado para siempre. Así lo entendió mi noble Nissan y sin hacer un esfuerzo extra, salimos de aquella ciénaga  como si por la mejor Aiutovía circuláramos.

Cuando ya estuvimos en zona segura, para él lo son todas, así  lo demuestra,  me bajé y apoyando mi codo izquierdo en su costado derecho le repetí lo prometido.  Contemplé el fango que chorreaba por los cuatro costados y sin embargo sonreía. Estaba muy claro el mensaje que me estaba mandando. A todos nos llega nuestro momento, pero es bueno alargarlo en el tiempo y nadie mejor que alguien que vive tu misma situación para comprenderte. Me dí por enterado y una vez más le dije que los dos seguiríamos juntos mientras hubiera un buen médico o un buen mecánico para recetar una medicina paliativa o reponer una pieza que cumplió su objetivo y necesita recambio. De nuevo me puse al volante y al arrancar el motor sentí que su pistoneo era más jovial, más sincronizado, más vital. Esa misma sensación la tuve yo, cuando nos enfrentamos a la primera cuesta del empinado monte. Los dos nos habíamos rejuvenecido con un poco de conversación reflexiva. Sinceramente, pensé, no hay   medicina mejor  que el diálogo sincero entre dos que se quieren..

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