Viví un amanecer que no recuerdo por mi corta edad. Los albores, sí los recuerdo y fueron plenos. Se encargó mi hermano mayor de complementar lo que mis padres me inculcaban.
Él, mi hermano, mi hermano Manuel me enseñó a saborear las vivencias, en momentos que a la mayoría de los niños no les es dado poder hacerlo. Me convirtió en su complemento directo, dándome en muchas oportunidades la categoría de sujeto. Según el día avanzaba, mi familia, entorno y personas responsables de comenzar modelarme intelectualmente no regatearon esfuerzos para conseguirlo. A media mañana comenzó una etapa muy peculiar y poco común. Compartir con mi padre un tránsito en que formamos un tandem aleccionador. Ambos pedaleábamos para conseguir los objetivos que nos marcábamos. Alcanzó el sol el cenit de su altura y el mundo se me rendía. Todo lo veía a mi alcance y nada se me resistía. No tanto por mi capacidad como por la mesura de marcar los proyectos que me proponía lograr. Por supuesto que contaba con apoyos que, con frecuencia eran las fuerzas a las que yo apoyaba. Bajó el sol con una rapidez inusitada y aceleré la forma de infundirle nuevos impulsos a mis actividades. Me convertí en el bíblico Josué. Deseo y pongo todos los medios a mi alcance por retener la tarde. No quiero que oscurezca. Tengo ilusión y necesidad de vivir la tarde. Ella, la tarde se convirtió en mi signo. Soy tarde. Larga vida a la tarde. En ella se aglutinan todas las horas pasadas. No quiero ser noche. Eso no me priva de la consciencia de que la noche está ahí. En cualquier momento dejaré de ser tarde y me convertiré en noche.