Querido Dani: Estoy convencido que en estos momentos estás jugando conmigo. ¿Por qué? Sencillamente porque ya te había escrito una carta larguísima y llena de conceptos Teológicos y filosóficos y al tocar un botón indebidamente, se me borró todo. Estoy seguro que fuiste tú, en pago a que nunca acerté con el picante en las gambas al ajillo que nos tomábamos aquí en eta tu casa de los Cotiños. No tengo que decirte que el motivo de escribirte estas líneas, no es otro que, si estuvieras en este mundo terrenal, cumplirías 23 años. Somos tan egoístas, querido amigo, que nos creemos dueños de todo y cuando alguien se lleva algo, pensamos que nos lo roban. No nos damos cuenta que no posemos nada y nada nos pertenece. Eso les ocurre a tus padres, a toda tu familia que te quiere. A mí que te quiero, pero es por eso, porque somos unos inconscientes. Y encima sufrimos. Lo que sí te pido querido amigo, es que seas nuestro valedor y nos ayudes a ser mejores personas y que al fin podamos estar contigo. siendo dignos de gozar la Eterna Luz. Esto de aquí abajo, acaba pronto, por eso que tú gozas es tan maravilloso, porque dura siempre. Cuando le digo a los que no tienen mucha idea de lo que significa la eternidad, se asustan. Le cuento lo que dice San Ignacio de Loyola en uno de sus libros. Escribe él:»Figúrate una bola de bronce del tamaño de la tierra. Una hormiguita caminando sin cesar sobre ella. La llegará a desgastar y la eternidad sigue» Eso sí merece la pena. Esto de aquí abajo, se pasa en un «pisplás». Gracias, querido Dani por el ejemplo de luchador que nos dejaste y por los buenos ejemplos que nos mostraste con tu comportamiento. No te olvides de mi ruego:Ayúdame a ser mejor persona y así pueda compartir contigo toda esa eterna felicidad gozando de la Luz. De buena te has librado que se me borrara la que te había esrito. Tenías para rato.
Mes: noviembre 2018
MÉXICO RECIBE A UNO DE TANTOS CON LOS BRAZOS ABIERTOS.
CÓMO PODRÍA YO, NO ESTAR ENAMORADO DE LA VIDA?
VISTA DE UNA PEQUEÑA PARTE DE MÉXICO, DESDE 11.000 METROS DE ALTURA
Aunque fuera yo el egoista más depravado engendrado en vientre de mujer, no podría por menos que estar enamorado de la vida con toda mi alma, por todo lo que ella, la vida me regala. Escribo este breve artículo desde la nación hermana, República de México donde acabo de llegar para presentar mi obra literaria a las gentes que las quieran conocer y muy particularmente, a mis hermanos gallegos, de manera especial a los hijos de nuestra tierra orensana que los vio nacer y que hoy, por mor del destino, residen en esta nación hermana, a la que, además de su cariño le ofrecen su voluntad, inteligencia y capacidad de trabajo, contribuyendo con ello a su engrandecimiento y ella, en justa recompensa, los reconforta con una vida de mayor calidad. Escuchando a unos y a otros, es difícil saber dónde nació cada uno de ellos por los sentimientos de afectos que los unen. Si será de justicia mi agradecimiento a la vida que nada más pisar tierra en la Capital Azteca y cumplir con los rutinarios controles aduaneros, a las 4,50 de la mañana, nos esperaba en la puerta de salida, Don Florencio Gulías Barros, el mismísimo Presidente del Centro Gallego de la Ciudad de México y su colaborador en los quehaceres que conlleva su trabajo en el Centro, el Sr. Ferradás. En su vehículo nos trasladó a un hotel de su propiedad brindándonos hospedaje gratuito, durante toda nuestra estancia,
en este maravilloso país A su gesto de caballero y gran persona tengo que unir la impagable recepción que nos hizo Doña Rosa Lamas Ogando (Rosiña para los que la
queremos) y su esposo, reconocido y cotizado Arquitecto Don Juan Gandarela Vecoña, quien dejando sus profesionales obligaciones, ambos los dos, nos llevaron a visitar lugares emblemáticos, tanto en la misma ciudad como en sus proximidades. Tanto al Sr. Gulías como al matrimonio Gandarela-Lamas vaya nuestro más profundo
agradecimiento, el mío y el de mi eficiente e incansable Manager, Ana Rodriguez Muradás. En sucesivos días iremos testimoniando nuestro agradecimiento a todas las personas que nos demuestran su afecto sincero que agradecemos de todo corazón.
Estoy totalmente convencido que se han percatado mis entrañables lectores, que no cito ningún nombre de los maravillosos lugares visitados. Es sencillamente porque aún no me los he aprendido por su compleja denominación, pero estoy en ello.
EL CAMINANTE SE DESCONOCE A SÍ MISMO
No siempre uno da crédito a lo que lee o estudia. No importa de quién venga el pensamiento, para poner alguna objeción al todo o a gran parte de ese todo. Veamos: KHALIL GIBRAN dijo que nuestros hijos no son nuestros, los hemos criado para la vida. Tal vez no sean esas mismas palabras, pero sí lo es su contenido. En efecto, así lo entendía yo y sigo entendiéndolo a lo que a los hijos habidos en mi matrimonio se refiere. Lo que yo no sabía, era que a los hijos emanados de mi imaginación y situados en el papel, o sea, mis libros, iban a descubrir en mí unos sentimientos totalmente novedosos. Ayer, se presentó en mi casa un furgón para transportar una buena parte de mis libros, camino de México. Hasta ahí, todo bien. Dentro de unos días me voy allá a presentarlos y todo me resultaba de lo más natural. Ah, pues no es así. No señor.
Mientras cargaban las cajas, comenzó a moverse allá, en los adentros de mi estómago, algo parecido a un hormigueo que me hacía sentirme incómodo. No entendía la razón ni, por más que la buscaba, la podía localizar por parte alguna. Sin embargo, la respuesta no se hizo esperar, vino sola, sin mayor esfuerzo por mi parte, cuando el furgón cerró su puertas con las cajas de mis libros dentro, y comenzó a subir la cuesta llevándolos lejos de mí
Entonces, el hormigueo dejó de ser tal y sus consecuencias se reflejaron en la humedad que comencé a sentir en mis ojos y en la garganta se me produjo un nudo que impedía que la saliva pasara por ella. En aquel furgón se llevaban mis libros, mis hijos, salidos de lo más profundo de mis sentimientos y creados con la capacidad de amar que puse en la palestra de su concepción. Se los llevaban para nunca más volver a esta su casa. Quise echar mano del raciocinio, pero no tuve respuesta. Me dolía en el alma desprenderme de mis libros, de mis hijos. No me consolaba que dentro de unos días volveríamos a reunirnos. No, no bastaba esa reflexión. Estaba seguro que nada sería igual. Nuestro lazo, que yo siempre consideré indisoluble, se estaba rompiendo de alguna manera. ¡¡Qué complicados somos los seres humanos!! Somo capaces de crear problemas en cualquier momento y basándonos en las más insignificantes nimiedades. Con lo sencilla y bella que es la vida si nos dedicáramos a vivirla y disfrutarla como ella se nos brinda.
EL CAMINANTE DESPIERTA A PEPIÑO
En efecto, el Caminante deja salir al niño que sigue vivo en él. Abre la puerta a Pepiño. Aunque la verdad no es tan así. Fueron sus nietos quienes le abrieron el portón de su vivir y él no opuso ninguna resistencia. Al contrario, en cuanto vio una rendija, salió disparado. Y no solo salió el niño, lo hicieron todos los personajes que dentro de sí habita,Y en tan bella compañía comenzamos a construir caminos. Que no están, se hacen
Y se hacen caminando, viviendo, compartiendo y disfrutando. con lo que la vida nos da.
Que estanto y tan bello que no utilizarlo y compartirlo, no tiene perdón
Y no hay que tener edad para hacerlo. Para cada edad hay una diversión. ¡Vívela!
No es fácil encontrar el momento ni se compra en ninguna tienda. Está ahí.
Hay que amarrarlo y no dejarlo escapar. No se puede esperar a mañana, es para hoy
Eso sí, no se pueden tener egoismos, hay que ser generosos y compartirlo hay para todos
Respetando siempre los espacios que a cada uno le corresponde disfruta y disponer
Compartiendo opiniones y pareceres según el particular entender de cada uno.
Y llegado al común acuerdo abandonarse y sumergirse en la espesura de la vida.
Y de nuevo en los espacios abiertos, elegir el camino que nos lleve a otros mundos.
Que también de ellos se alimenta el espíritu del ser humano en todas sus vertientes.
Aquí nos quedamos por hoy para que mañana sigamos haciendo camino.
Y fue aquí, donde Pepiño se escapó de los adentros de sus recovecos contagiado por toda la vida que se percibía a su alrededor..
El próximo día daremos continuidad a los maravillosos momentos compartidos con parte de mis hijos y algunos de mis nietos.
C O N T I N U A R Á
EL CAMINANTE Y SU LINTERNA VITAL
LUCES Y SOMBRAS
Ni mejores ni peores, diferentes. Al menos es lo que pienso y me inspira la actitud de nuestros niños y nuestros jóvenes. No puedo negar que mi opinión parte de una perspectiva muy distinta puesto que la emito desde los setenta más doce que peino. No obstante, debo argumentar las razones que me inducen a pensar así.
Es innegable que las formas que en los años 40, 50 e incluso 60 del pasado siglo, teníamos los muchachos de aquella época de llenar los espacios libres que nos permitía nuestro vivir, eran muy distintos a cómo los llenan en la actualidad. Téngase en cuenta que mi opinión se centra en el “modus vivendi” de un aldeano de la montaña orensana. Unos padres trabajadores, hermanos que colaboraban de diferentes maneras en los quehaceres de la casa. Si había alguno con oficio, raro era el caso de que así no fuere, aportaban su pecunia, para mejorar en lo posible la calidad de vida de los miembros del grupo familiar. Al cumplir los cuatro o cinco años, este es mi caso, ya salíamos con el ganado para zonas donde no hubiera peligro de ríos o de otra clase de riesgos. Compartíamos con los hermanos mayores las aficiones que ellos tuvieran, caza, pesca o cualquiera otra actividad en el ámbito rural. Con esas actividades llenábamos nuestros ojos de paisajes y experiencias que después utilizábamos en nuestro devenir cotidiano. Hoy recuerdo con encomiable cariño y una gran dosis de placer, las jornadas de caza y de pesca que compartí con mi hermano mayor. Tanto así, que al recordarlas en estos momentos, no puedo evitar que se me nuble el mirar y la garganta pierda su normal humedad. Al sentarnos en la mesa, ya fuera para el yantar o el cenar, nadie comenzaba a comer, mientras el padre, y en su defecto la madre no daba permiso para ello. Durante la comida se hablaba del normal desenvolvimiento de las tareas encomendadas a cada uno y de los problemas que pudieran haber surgido en su desarrollo. Todos aprendíamos de todos.
Esta mañana salí a caminar con algunos de mis nietos más jóvenes y algunos amigos suyos. Siete en total, de edades comprendidas entre los 7 y los 15 años. Me jacto, y razones sobradas avalan mi presunción, de tener un grupo familiar admirable. Antes de comenzar el paseo, paseo programado a buen ritmo para que sirviera para ejercicio matinal, observé a la mayoría de ellos que, en los bolsillos de su ropa, guardaban los teléfonos móviles. En más de una ocasión escuché los peculiares sonidos de llamadas y mensajería. Los observaba y sufría al contemplar su indiferencia por las sendas boscosas que caminábamos sin apenas sentir el placer de hacerlo. No solo la abundancia de árboles de diferentes especies, tamaños y aromas. Tales como pinos, castaños, eucaliptos, acebos o matorrales como romeros, carrascos. Llevado de esa incontrolada manía que nos agobia a los mayores, los miraba y no podía por menos que lamentarme que no dedicaran un poco de atención al paisaje por el que discurría nuestro saludable caminar.
La dedicamos para realizar un recorrido por las calles del barrio histórico de Pontevedra. Pisábamos aquellas piedras que pavimentan el barrio próximo a la Alameda, Santa María, Ayuntamiento, Diputación, donde cada pieza de granito es un retazo de historia de unos hombres que no trabajaron la piedra, sino que se divirtieron convirtiéndola en arte y sabiduría del bien hacer, jugando con el buril y la maceta. Al final de la tarde les hice preguntas sobre lo que habíamos visto y, salvo alguna que otra respuesta un tanto ambigua, no habían retenido en su retina o en la memoria, nada de lo que tuvieron ante sus ojos, sobre sus cabezas o bajo sus pies. Totalmente de acuerdo que su incipiente juventud se ocupa en otros menesteres que nada tienen que ver con el arte de trabajar la piedra y esculpir imágenes para ornamento de iglesias o plazas, pero otro tanto pudiera decir de los niños que fueron y hoy exhiben arrugas y es precisamente en esos surcos de sus frentes y rostros, donde guardan los recuerdos de las primeras veces que, siendo niños, las visitaron.
Ni los unos fueron mejores ni los otros son peores. Sencillamente diferentes. Sin embargo, sí sería aconsejable que tanto padres, los auténticos educadores y los pedagogos a quienes se le encomienda la bellísima y ardua tarea de cultivar su cerebros, hicieran un alto en la encrucijada de sus caminos y recapacitaran un poco si las sendas por donde discurre el caminar de las futuras generaciones que han de dirigir nuestro destino, es la acertada o por el contrario debieran hacer algunas enmiendas que recondujeran actitudes para la consecución de un mundo más realista y ajustado a la consecución de una mejor calidad de vida, conscientes de que el día a día debe vivirse sin sobresaltos. No pasar al martes sin vivir antes el lunes ni el miércoles sin pasar por el martes. Se puede y se debe hacer así. Para ello no hace falta ser mejores ni peores, sino diferentes, siendo cónsonos con los tiempos que nos toca vivir. Luces hubo antes. Sombras tampoco faltaron en aquel vivir. Luces y sombras jalonan el caminar del mundo de hoy. En unas y otras supieron vivir antaño y no van a ser un obstáculo insalvable para que el mundo de hoy interrumpa su caminar.