
Hola Mamá. Hola Todos. Cumpliendo mi promesa de contaros las experiencias que voy teniendo en mi estancia en el Balneario, a la vera del río Miño, hoy haré referencia a una pareja que, a primera vista, sería correr un alto riesgo admitir que lo son. Me explicaré. Alto, fornido, él. Futbolista, jugador en Primera División. Profesión que ejerció en parte de su juventud. Deportista siempre. Algo pasado de kilos por mor de un problema de salud, disculpa que no dudo sea cierta, pero frecuente en muchas personas para justificar su estado físico. Muy hablador. Conoce, como pocos, el mundo de las carnes bovinas, a las que dedicó gran parte de su vida profesional, después de abandonar su actividad futbolera. Eso sí, por si no te enteraste la primera vez de sus conocimientos, te lo repite una y otra, hasta que te ve convencido. Pero, sobre todo lo que se desprende de las conversaciones mantenidas con él, es la total aclaración de ser una excelente persona. Conducta que muestra en todo momento. De sus actitudes alimentarias, para satisfacer su cuerpo, mejor lo mantengo en el rincón de la prudencia. Ella, su esposa, una mujer con un encanto especial que tiene sus orígenes en su propia genética y cuido personal. Prestancia y belleza que le sirvieron para ser nombrada mis de su pueblo natal, en noble competición con un buen número de participantes. Hoy mantiene su equilibrada belleza, en plena vigencia. Observadora, prudente, callada, pendiente de su marido para atenderle hasta en los más mínimos detalles. En resumen, el polo opuesto al de su esposo. ¿De dónde le viene a ella esa manera de ser?. Ahí está, en profundidad el motivo de este comentario. Esta señora, tuvo, mejor, tiene una Madre, porque las gentes así no mueren jamás, tiene, digo, una Madre excepcional.
Eran años muy duros. España salía de una Guerra Fratricida que brotaba sangre por todas partes Su propio esposo había sufrido las consecuencias en su propio cuerpo recibiendo una bala que le atravesó un pulmón, con las consecuencias inherentes. Posguerra, necesidades de toda índole.La buena Señora tenía que sacar adelante una familia sin un mínimo de medios para conseguirlo. Su constitución física era todo menos atlética. Trabajaba en todo lo que se le daba la oportunidad de hacerlo. Todo ello no llegaba para cubrir las necesidades más perentorias.Se enteró que en Tierra de Campos se podía conseguir la harina a un precio inferior al que tenía en Galicia. Ni lo pensó. Se lanzó a la arriesgada aventura. Antes de hacerlo se sirvió de la debilidad humana para ponerse de acuerdo con el conductor del tren que hacía el recorrido entre las dos regiones y cuando el convoy llegaba al lugar escogido, aminoraba la velocidad, ella tiraba los sacos de harina de 50 kilos y tras ellos se lanzaba su dueña. Unas veces la arriesgada aventura se colmaba con el éxito, otras surgían problemas que había que solucionar como se podía. Siempre usando el tesón, el ingenio y las ganas de vivir. Pero nada la amilanaba y de nuevo a comenzar Por lo emprendedora y la voluntad que ponía en todo aquello que hacía, demostró a propios y extraños que fue una mujer adelantada a su tiempo. Producto de las heridas de la Guerra, su esposo muere. Se vuelve a casar y conociéndose como se conocían, un cuñado suyo y ella, deciden continuar el proyecto de matrimonio, trágicamente truncado. Emigran a Venezuela a la procura de un mundo mejor. Allí nace una niña preciosa, fruto del amor de la nueva pareja. Sin las penurias de otrora, Esperanza, así se llama la jovencita, crece en un ambiente de amor y relativa comodidad. La familia tiene sus contactos y, en buena lógica, los más allegados, son aquellos que pertenecen a orígenes similares y lugares próximos. Entre los amigos hay una señora, también española, que a la niña, convertida ya en bellísima jovencita, no deja de comentarle, que no se eche novio en Venezuela, que en España ella tiene un hijo que será el hombre ideal para convertirlo en su esposo. Una y mil veces la buena señora asedia con el mismo requerimiento a la joven Esperanza. Su madre, que nunca abandonó la idea de regresar a España, también le pide que no se enamore en el país de Simón Bolívar. Pero ella es consciente que su joven y muy atractiva hija, tiene muchas ocasiones de romper ese anhelado propósito. Un buen día le comunica a su hija, que se van a España a pasar una temporada. En la mente de la buena señora anida la utópica idea de conseguir que su Princesita se enamore en la tierra de sus padres. Vienen a España. La joven, como es natural, comienza a formar su círculo de amistades . Su belleza es un atractivo más, a la buena educación recibida, a sus exquisitos modales propios en la tierra que la vio nacer. Esos y otros encantos que no pasan desapercibidos a los varones de su grupo de amistades, la convierten en una dama muy pretendida. Hay un mozo en especial, que como delicado, delicado no es, pero sin embargo se le ve buena gente, sano deportista y sobre todo, deseado por todas las féminas del grupo. Y eso supone un reto para toda joven que se precie. Acostumbrada como estaba a la delicadeza en el trato, de la juventud venezolana, la falta de galantería del nuevo amigo, le hacía perder puntos. Un día que ambos se dirigían a sus casas, él, a medio camino, se despidió y la dejó sola. Aquello no le sentó nada bien a Esperanza, pero siguieron cultivando su compañerismo. Al paso de los días, se fueron comunicando las cosas propias de esos años, tales como estudios aficiones, rechazos, en fin todo lo que conlleva la conversación entre jóvenes cuya única idea es permanecer juntos. En una ocasión el apuesto futbolista habló de su familia y sus vivencias en España. El no había viajado con sus padres y vivía con una tía suya. Cuando le relató a su joven y bella amiga que sus progenitores residían en Venezuela, ella se interesó más aún en la conversación. Para mejor situarla, él le dijo sus apellidos. Al escucharlo, ella inquirió algo más. Cuando el muchacho los repitió, su cara perdió el color sonrosado que siempre la adornaba, Era una máscara de cera limpia y pura. Por unos momentos se quedó sin saber qué decir. En su interior se desató una batalla campal de sentimientos encontrados. Inmediatamente que pudo rehacerse de lo que terminaba de escuchar, preguntó, si el mozo que la acompañaba era el mayor, el del medio o el pequeño de los hermanos que componían la familia. Al escuchar que el joven guapo, espigado, deportista y charlatán que tenía a su lado era el segundo de los hermanos, precisamente aquel a quien su madre tenía predestinado para convertirlo en su esposo, el sombrajo de la duda se deshizo lo mismo que un pedazo de hielo en agua caliente. y en aquel mismo instante, en el pergamino más íntimo de su juvenil corazón, en que solo se graban los proyectos maravillosos, escribió, con caracteres indelebles, su nombre, para convertirlo, como deseaba la buena señora, en esposo eterno y depositario de todo su amor.
Seguiré contándoos experiencia nuevas que a para este corazón ávido de bellas vivencias, punto de cumplir los ochenta siguen siendo novedosas y aleccionadoras.
¡Qué tan grande y bello es el don de la palabra, pero aún es más grande y bello el don del oido para saber escucharla.
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