EL CAMINANTE: SE MASCA LA TRAGEDIA.

Desde el día que me encontré en medio del campo, bastante retirado de mi casa, que es la última de la aldea, aquella gallina negra, siento la necesidad de tener alguna conmigo. Estaba abandonada, no me costó mucho hacerme con ella, estaba asustada. Le preparé un lugar para vivir muy confortable donde vivía muy agusto hasta que el zorro me la raptó. No solo se llevó mi gallinita negra, sino que, por el mismo precio, se llevó otras dos que había comprado para que no estuviera sola. Como ya me había picado el gusanillo, compré otras tres, las que, esta vez no fue el zorro, sino alguien para evitar que yo gastara dinero alimentándolas, se las llevó. Erre que erre, volví a comprar otras tres. Muy jovencitas y muy lindas por cierto. Me daba pena verlas tan guapas y sin novio y mi sobrina Susiña me regaló un gallo. Según ella, los dos hacíamos buena pareja, por lo de viejos. Las tres jovencitas y el veterano compañero rápidamente hicieron una buena amistad y lo demostraban con su comportamiento diario. Su morada es la misma que tenía mi gallinita negra, cuarenta metros cuadrados entre las cuatro paredes de una casa a quien los años le robaron el tejado y en el amplio espacio le hemos preparado un habitáculo bastante confortable. Lo dije en múltiples ocasiones, mi refugio está prácticamente en el campo, algunos días las dejamos que salgan a picotear la tierna hierba verde propia del otoño. Ayer, a las dos y media de la tarde, estábamos comiendo cuando escuchamos un alborotado revolotear de las tres gallinas y de su galán. Sospechando que algún perro se había acercado por aquí, rápidamente nos incorporamos. Yo con las limitaciones que me impone mi tendón de Aquiles roto. De pronto, vi, a través de la ventana algo de color castaño que cruzó como un relámpago por delante de mi vista. Lorena,más ágil, salió corriendo para ver lo que acontecía. Cuando pude llegar al exterior, no encontré ni a ella, ni a las gallinas. Escuché para saber por dónde podían andar. Percibí un grito hacia la parte trasera de la casa que da al campo. En efecto. Allí esta Lorena, agachada, intentando rescatar una de las gallinas que un zorro tenía aprisionada entre sus garras. Logró agarrarla pero el hambriento canino no soltaba su presa. Por más que ella le daba patadas no conseguía su objetivo. Al fin uno de los golpes produjo los efectos deseados y Lorena consiguió tener la gallinita en sus manos. El zorro no quería darse por vencido y la seguía trazando círculos en su derredor, mientas enseñaba sus afilados dientes lanzando agudos ladridos amenazadores, intentando evitar que huyera con el trofeo que ya consideraba suyo. Mientras tanto yo, a menos de treinta metros, contemplando la escena, imposibilitado de acudir en su ayuda. Al fin, Lorena, mientras apretaba al asustado animalito contra su pecho, con la mano izquierda, con la derecha logró agarrar un palo con el que dio tan duro golpe a la hambrienta alimaña que se batió en retirada profiriendo lastimeros alaridos, no sin volverse de vez en cuando, lanzando sabe Dios qué clase de improperios contra la persona que le había impedido disfrutar del suculento banquete que tan cerca estuvo de alcanzar.

EL CAMINANTE. PRIMEROS RECUERDOS.

Hasta que salí de Beariz, yo no supe lo que era un «cuarto de aseo». En casa teníamos varios muebles sencillos en los que había jofaina, una pequeña repisa para el jabón, barra donde se colgaba la toalla y un espejo enmarcado en madera que se podía girar para adaptarlo a todas las estaturas. Al lado del mueble había un aguamanil, como su propio nombre indica, con agua para ser utilizada cuando hiciera falta. A veces el mueble era mucho más sencillo y solo lo componían unos hierros que configuraban todas las formas para contener los elementos necesarios y efectuar una higiene elemental. Exigencia inexcusable, de la mamá en mi caso, era total: Al terminar de lavarse, ese agua había que tirarla. Si tenía jabón, nunca se echaría donde hubiera plantas. La razón era bien sencilla, el jabón se fabricaba en la casa y uno de los componentes era la sosa. Eso, en el mejor de los casos, era el cuarto de aseo de una casa normal de la aldea. Por supuesto, el orinal, aunque no salía de la habitación si no era para ser arrojado, normalmente desde una ventana a donde coincidiera, era otro elemento indispensable. En mi primer viaje a Madrid, el cuarto de baño que yo conocía, era el que describo. Uno de los ingenieros con el que colaboraba mi padre, a mi llegada nos quiso honrar invitándonos a su casa. En un momento determinado yo tenía ganas de aliviar mis intestinos. Me señalaron el lugar donde debía hacerlo. Allá me fui. Cuando terminé no sabía qué hacer, aunque mi instinto de homo sapiens me decía que aquello no podía quedar así. Miré, remiré y me llamó la atención aquella cadena que tenía un agarrador. Mi infantil inteligencia me aconsejó que tirara de él. Así lo hice, con un ruido horrendo comenzó a salir agua dejando todo limpio. Sin embargo había creado otro problema que ignoraba cómo solucionarlo: Pensé que había roto algo debido al ruido que seguía produciendo el agua, pero no sabía la razón. Asustado y muy preocupado me reintegré donde estaban los demás sin atreverme a decir lo que me había pasado. Pensando en lo que yo creía una fechoría, la comida me sentó regular. Me tranquilicé cuando nadie hizo ningún comentario al respecto. Cuando luego tuve la ocasión de contárselo a mi padre, a él le divirtió, pero poco, porque fue consciente de lo mal que yo lo había pasado.

EL CAMINANTE: LA VOZ DEL AYER, SE SILENCIÓ

El momento que vivimos, nos impide lo más valioso de los seres parlantes: El poder comunicarnos. Algo había escuchado, pero nada concreto encerraba el mensaje: José «O Ferreiro» está contagiado del Corona Virus. Solo un rumor. Hoy fue una confirmación lo que hace unos pocos días era un comentario de taberna. José O Ferreiro nos dejó. Una tremenda losa gravitó sobre todo mi cuerpo y una mucho más gruesa lo hizo sobre mi corazón. Un gran cariño me unía al hijo mayor de la tía Delfina. Desde muy niño comenzó nuestra amistad y se mantuvo incólume toda la vida. Era José una de esas personas polifacéticas que nada se le ponía por delante. Se realizó en toda clase de oficios y con excelente nota en todos ellos. Perdió a su esposa el mismo día que nació su adorable hija Josefa. A ella se dedicó José en cuerpo y alma. Respetaba y brindaba su bien hacer a quen recurriera a él, no conozco a nadie que me dijera que José le falló en algo. Conocía los entresijos del Ayuntamiento de Beariz, hasta en sus más mínimos detalles No había problema que se nos presentara que José O Ferreiro no pudiera solucionarlo. En el momento de pandemia que sufrimos, ni siquiera hemos podido darle el último adiós. A su entrañable hija, a la que adoró, como dije, y mimó hasta el infinito, a su nieto y al esposo de su hija, no me gusta la palabra yerno, les queda el consuelo de haber tenido y tendrán para siempre en el recuerdo, un padre, un abuelo y un padre de tu esposa, Antonio, modélico y los impregnó de un amor tan sencillo como profundo que debe ser su razón de existir todos los años de su vida. Honor y gloria a quien honor y gloria merece, y tú José Rodriguez Valiñas O Ferreiro, dejas huella de todo eso en los que tuvimos el placer de gozar de tu amistad. Gracias entrañable amigo.

EL CAMINANTE: EJEMPLO A IMITAR

Si de algo adolece la sociedad que hemos creado y que las circunstancias alimentan con los ingredientes propicios para que vaya por los derroteros que lo está haciendo, es que nuestros jóvenes ejerzan las inquietudes propias de su edad. Si en el ambiente de las grandes ciudades no es habitual ver a los jóvenes colaborando en tareas altruistas, aún lo es menos contemplar a un chaval de diecisiete años acercarse hasta el colegio de Beariz y entregar unas mascarillas a su director Mario Varela. ¿Que el hecho no tiene ninguna importancia? Tal vez. Sin embargo a mí me parece encomiable y, desde luego muy poco usual, que un joven regale unos momentos de su tiempo a compartirlo con alguien que dedica su vida a la enseñanza, para hacerle entrega de algo y charlar con él aunque solo sea por unos instantes. Desde mi perspectiva de hombre del primer tercio del siglo pasado y conocedor de la sociedad en la que vivo y, más aún, concentrándome en mi ámbito rural, pocas o en ninguna ocasión presencié un acto, por su sencillez, tan poco común. Juan, ignoro si alguien te lo sugirió o si fue por tu propia iniciativa, realizar el encargo, me da igual. Desde estas humildes páginas de mi Blog, te felicito y te invito a que participes en todo aquello que vaya en pro de la comunidad en la que vives. Ello te hará conocer mejor a las gentes, sentirás el placer de serles útil, te engrandecerá como hombre y, sobre todo ser mejor persona.

EL CAMINANTE: RECUERDOS IMPERECEDEROS

Según pasan los años, afloran en mis recuerdos momentos vividos que permanecerán hasta los últimos instantes de mi existencia. No careciamos de nada, sencillamente porque no sabíamos qué había detrás de la pared de nuestro vivir. Llenos del amor de nuestras madres y del respeto que nos inspiraban nuestros padres, cuando teníamos el placer de gozar de su presencia en el hogar, la mayoría de ellos emigraban. Sí, se marchaban, unos, porque aspiraban por un mundo más ajustado a sus inquietudes y otros porque les apetecía disfrutar de espacios más amplios y gozar de ansiadas y no siempre loables libertades. Lo reconozco y así lo expreso: Yo era un niño muy feliz. Y recuerdo estar con las vacas en el Cacheiro o No Largo do Muiño y escuchar a Asunción de la tía Rosa de Villaverde, para los más jóvenes, una tía abuela de Rosiña Lamas y Marichu, cantando mientras plantaba patatas en una finca que tenían, y aún tienen, a la derecha del camino que usaban los de Garfián para venir a Misa. Asunción era la alondra que alegraba las mañanas o las tardes, entonando románticas canciones de la novia olvidada o el soldado muerto en cruel batalla en los campos de África. Y no solo eso. Veo a nuestros jóvenes, algunos sin cumplir los diez años, restregándose los ojos para terminar de despertar, subir hacia la mina a la procura de una taza de estaño o Wolframio, los más jóvenes, y con la ilusión en sus mentes de dar con un filón que colmara sus aspiraciones, a los más mozos. Y el silencio ruidoso del subir por las empinadas laderas de Marcofán, se trocaba en alegres cantarelas cuando el sol daba las buenas tardes a las Islas Cíes y las mozas, casi niñas, se recreaban viendo su tacita de barro, mediada o llena de los codiciados metales. También mostraban su alegría los mozos, aunque la exteriorizaban de forma diferente: «gabándose» por descubrir el filón ansiado. Todo ello era una parte de nuestro día a día. No había tiempo para el aburrimiento. Cada persona tenía asignada su labor y el cumplirla era la expresión de respeto que se rendía a uno mismo y a quien así lo disponía. ¿Éramos felices? Sí, no aspirábamos a nada más. ¿Por qué? Sencillamente, porque ignorábamos que existiera. Desde mi privilegiada edad de ochenta y cuatro años, dedico en esta soleada mañana otoñal, mi más profundo agradecimiento a todas las personas que, con su manera de vivir, consiguieron que yo fuera un niño feliz, cimentación imprescindible para edificar una vida de calidad.

EL CAMINANTE: VUELVE A SUS PRIMEROS RECUERDOS

No hace muchos días recordaba una anécdota de lo que me aconteció en Caracas. Hoy me viene a la memoria algo que demuestra que mi incompetencia en hacer realidad mis ocurrencias o las situaciones que otras personas ponían a mi alcance, no comenzaron siendo ya mayorcito. A finales de los años treinta o como máximo a primeros de los cuarenta, nací en Septiembre del treinta y seis, sin pensármelo dos veces le dije a una moza, unos años mayor que yo, mirándola a los ojos: «Por tí he dejado todas las que tenía». Para mi fortuna, y también para la suya, la agraciada no me hizo caso alguno. Aún vive, soltera por cierto, y dicen los que tienen conocimiento de ello y supieron de mi oferta: «No sabes de lo que te has librado. Desde siempre ha sido y sigue siendo insoportable». En diferentes momentos de mi vida, al igual que sucedió en la anterior anécdota, hubo similares aconteceres. Dicen que de niño era muy agraciado. ¡ Dios mío cómo destrozan a uno los años! El caso es que a pesar de que a la primera que le juré amor eterno, ni caso me hizo, sin que pasaran muchos años de aquel momento, estando en el monte al cuidado de las vacas mientras mi madre y hermanas plantaban patatas cerca de donde yo me hallaba, una mocita bastante mayor que yo, que también estaba con su ganado, me mandó pònerme de pie con la espalda apoyada en un muro y y dándome una patada suave en cada pie, me obligó a que me abriera de piernas. (Ah, en aquellos años, por supuesto que no utilizaba calzoncillos y mi pantalón corto estaba abierto desde el coxis al pubis, lo demás se entiende sin aclaraciones). Cuando estuve en la posición ordenada, ella, como digo, bastante mayor que yo me preguntó sin titubeos. «¿Quieres meter tu paja en mi pajar»? Ignoraba lo que aquello sería, ni interés tenía por saberlo. Salí corriendo y me fui a refugiar a los brazos de mi madre. Les conté, a mi manera, lo que me había sucedido. Mi hermana Luzdivina se cayó al suelo muriéndose de la risa.

EL CAMINANTE: RESPONDER

Ante las muchas preguntas que me hacen mis muy queridos seguidores, me siento en la obligación de dar respuesta a bastantes de ellas. Otras, por desgracia no me es posible por la imperiosa e inexorable actitud de la vida, de todo lo que ella misma tiene de evolución y caducidad. Mis primeros amigos, los que comenzaron conmigo este caminar por nuestro Blog, Papo Rubio y Pico Amarillo, cumplieron con los mandat0s que la vida les dio y nos dejaron a sus herederos, algunos de los cuales siguieron brindándonos su amistad y compañía. Lo hicieron no solo una, dos o tres generaciones, sino alguna más. Hasta el punto es así, que alguno, sigue haciéndolo. Su actitud trae a colación algo que me sucede en mi ámbito vivencial. Muchos de vosotros sabéis que mi residencia es en Beariz. Mi pueblo es uno de tantos del rural gallego que la emigración lo esquilmó hasta el extremo que, apenas si somos un residuo de lo que fuimos. Los primeros emigrantes, apenas faltaban a la cita anual para visitar la tierra que les vio nacer. Sus hijos, herederos del cariño que sus progenitores les transmitían a través de sus recuerdos, seguían viniendo con las normales bajas según el calado que en ellos hubieran hecho lo que sus padres sembraran en sus corazones. A los de terceras y cuartas generaciones la transmisión de sus bisabuelos, apenas les llegaron y mucho menos las escucharon. La evolución y el discurrir de los tiempos van marcando los comportamientos, tano de mis amigos como de los emigrantes. En los días venideros os seguiré contando lo que sucedió con nuestros otros amigos.

EL CAMINANTE: SILENCIO ELOCUENTE

Ayer me presenté en la consulta de mi Traumatólogo, pletórico de fatua alegría, convencido de poder , en saliendo de la consulta, coger una liebre a la carrera, solo pensaba con la sonrisa de oreja a oreja, despedirme de la férula que tiene aprisionada mi pierna derecha. Como siempre digo, la ignorancia es la madre de todas las osadías. «Le felicito, se ve que mejora. Vuelva a verme el día veintitrés» No es difícil adivinar la cara que se me puso al escuchar tan alentadoras palabras. Al contemplar el Doctor mi rostro, para que no quedara duda de lo que él estaba convencido y a mí me parecía un disparate, continuó: «Si las cosas van bien ese día ya podremos definir si con otras tres semanas más, podemos comenzar una rehabilitación lenta para no tener ningún tropiezo». No supe que decir, sacando fuerzas de flaqueza, otra cosa que no fuera: Gracias Doctor, muy amable. Llegué a casa igual que una lamparilla cuando se queda sin gota de aceite. No quise ver la correspondencia ni siquiera abrir el ordenador.

Ha pasado un día. Hace unos momentos recibí una lección magistral de mis sufridos y adorables lectores (nunca utilizaré las «aes» y las «oes» sobradas veces he mostrado mi respeto por el ser más grandioso que generó la naturaleza cual es la MUJER, para que ahora haga falta decir: ….as …..os). La lección recibida es bien sencilla y muy requetebién acogida por mi parte, no queréis que escriba de política. Yo tampoco, pero como los momentos por los que atravesamos….me lancé a la piscina sin percatarme que no tenía agua. Prometo haceros caso. Aquí estoy limpio y obediente. No os imagináis cómo os quiero.

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