RELATOS DEL CAMINANTE: FELIX Y MANUEL: DOS HOMBRES BUENOS.

Digo y pienso que no me equivoco que, Manuel y Félix son dos hombres buenos. Solo los traté unos breves instantes, pero me son suficientes, viendo sus nobles rostros y escuchando sus palabras sencillas y acertadas. A mis ochenta y siete años de vida algo aprendí leyendo en los ojos de las gentes para formar mis propias opiniones. Y si no fuera suficiente me remito a las palabras del Evangelio: «Por sus frutos los conoceréis» La tarde transcurría lenta y parsimoniosa. La lluvia nos dio un respiro. Las nubes amenazadoras, permanecían sobre el cielo de Beariz. Son las 19 horas. La oscuridad comienza a emitir mensajes de cercanía. Desde las 14 horas llevamos sin energía eléctrica en la aldea de Muradás. Salgo para comprobar si percibo alguna señal que me diga algo sobre una posible solución para no enfrentarnos a la oscuridad de la noche. Regreso para mi casa convencido de que no hay solución a la vista. De pronto veo venir, en dirección contraria a la que llevo una furgoneta con unas escaleras sobre su baca. Se introduce por un camino. La sigo. A menos de 100 metros se para. De ella descienden dos hombres. Frente a ellos dos postes de hormigón en los que se encuentran unos artilugios que algo tienen que ver con la energía eléctrica. Los dos levantan la vista observándolos. Manuel le dice a Félix. «Mira allí está la avería» Félix asiente. Montan una escalera extensible. Con todo tipo de seguridad éste se encarama y sube hasta donde aprecian que está la anomalía. Félix lo confirma. Manuel le proporciona el material que solicita. Con un instrumento que semeja unas tijeras, comprueba y me dice: «Ya tiene luz en la casa.» En efecto llamo y mi esposa me lo ratifica. Qué maravilla hacen las gentes sencillas y que poco se lo sabemos reconocer. Gracias, Manuel. Gracias, Félix. Vaya mi reconocimiento para vuestra luminosa labor realizada en la más profunda oscuridad de una profesión bien ejercida.

EL CAMINANTE: ENAMORARME DE LA VIDA.

Reconozco que algo de razón deben tener. Cuando visito un geriátrico, lo hago con alguna frecuencia, me encuentro con toda clase de personas mayores. Toda clase, quiero decir, los que se defienden por sí solos muy bien. Los que lo hacen con algunas dificultades. Aquellos que se encuentran muy dependientes de los demás para la mayor parte de sus necesidades. En fin, de todo hay en la Viña del Señor. Eso sí, a todos los que pregunto cómo se hallan, aparte de dar el parte médico correspondiente, a los mayores nos encanta hacer partícipes a los demás de nuestras dolencias, ya sean pasadas, presentes o futuras, todos, digo expresan su agradecimiento al trato que reciben en la que es su actual residencia. No encontraría una respuesta sincera, por qué lo hago. Al preguntarles a muchos de ellos y yo decirles la mía, se produce una reacción de doble efecto. La mayoría son más jóvenes que yo. Se lo hago saberlo, nos sorprendemos ambos. Al menos eso noto en sus expresiones. Todos me hacen la misma pregunta: ¿»Qué haces para mantenerte así»? Solo tengo una respuesta: «Enamorarme de la vida, cada segundo de mi existencia y ser coherente con ese enamoramiento». A ellos les doy una explicación bastante amplia. A ti, admirado, entrañable, querido y sufrido seguidor, hombre o mujer no hace falta que te lo explique. Tú formas parte de ese enamoramiento. Necesitaría otros ochenta y siete (87) años para poder agradecéroslo como merecéis. Os llevo en todo momento en mi corazón.