Desde muy niño, por lo que me enseñaron mis mayores, he sentido un enorme respeto por todas las instituciones que enmarcan nuestro devenir social y público, pero especialmente hay dos por las que tengo una muy particular devoción: La Guardia Civil y el el Cuerpo de Correos. De este último siempre me contaba mi padre lo del mensaje García. Me decía él: Un hombre que hizo el servicio militar en el Madrid del primer tercio del siglo XX, regresado a su tierra decidió escribir un carta a un compañero que había tenido en el ejército y que era de A Coruña. A pesar de la amistad, nunca se preocuparon en saber el uno del otro más allá de sus apellidos paternos, Recio el extremeño y García el gallego. Un buen día, Recio decidió interesarse por saber qué sería de aquel camarada de la mili. Le escribió una larga esquela, tan larga ella, como breve lo escrito en el sobre, en el que solo se leía: «Para García, A coruña». La carta llegó a manos del interesado. Eso es el honorable Cuerpo de Correos. La otra institución, por mí admirada, respetada y querida es la Guardia Civil. Siempre me sentí seguro en su presencia y ese traje verde elegido, me figuro que sería por el Duque de Ahumada, significaba la esperanza de algo bueno, aunque, en más de una ocasión tuviera que desembolsar, por méritos propios, una cantidad, algunas veces considerable, por infraccón cometida y justamente sancionada. Ayer, día 19 de Abril de 2020, de las pocas veces que me paro mirando la caja tonta, las palabras, no me atrevo a calificar, de un alto representante de mi querida y muy respetada Benemérita, disparó al corazón del mirlo que tantas veces entonó sus trinos en los amaneceres de sus catorce más sesenta y nueve años de vida. Sigo sin dar crédito a lo que escuché y tengo la esperanza de que, haciendo honor al color del traje que viste, sea él quien públicamente desdiga lo dicho.
Amigo Pepe Cortizo recio tronco de esta tierra nuestra, nunca empodrecido, te fuiste como a tí te gustaba hacerlo, en silencio, sin ruidos. Tus ruidos eran alegrías y tus sonreires poemas que la brisa llevaba por doquier. Eras, ante todo, persona y en esa identidad afloraba el ser humano, incansable haciendo el bien y fabricando amigos con tu aportación en ir hacia adelante. Te admiré, como profesional, como compañero de tantas aventuras profesionales en Cataluña, en Madrid, en Venezuela y en otras muchas obras en las que dejabas tu impronta de toda índole, pero sobre todas las cosas, de la infinita dimensión de gran persona. Pepe Cortizo, no voy hablar más de tí, no es el día para ello. Precisamente hoy que, en la cavidad infinitésima de una urna, fuiste a unirte a tu amada esposa, hoy aniversario del mismo día que os unisteis en santo matrimonio. No puedo seguir querido Pepe, no puedo ni quiero. Me despido con tres reflexiones. Con tu entusiasta ¡Voy pallá! Con un lamento: No te perdono que me dejaras huérfano de tu amistad. Y, un ruego:Sé mi valedor ante el buen Dios para el día en el que Él me llame.
Admito que no figurará como un una pieza literaria, pero al menos nos invitará a reflexionar. Estamos escuchando en todos los medios de comunicación, que esta situación que estamos viviendo, va cambiar nuestras mentes e incluso nuestra actitud para con los demás. Personalmente pienso que no. ¿Por qué pienso así? Siendo niño escuchaba, cuando la guerra civil española terminó, frases más o menos parecidas. Cuando terminó la segunda guerra mundial, idem de lo mismo. En otras situaciones de más o menos calado social se dijo lo mismo. No fue así. Las buenas personas lo siguieron siendo, las malas continuaron con sus retorcidas y aviesas maneras de comportarse. En definitiva, el ser humano tiene tres memorias, la del pasado, la del presente y una tercera que germina en su cabeza en el presente para ponerla a funcionar cuando pase el momento que vive, para recordarlo como se le antoje hacerlo. Hasta qué punto es cierta mi reflexión, lo avala el sencillo y claro ejemplo del comportamiento de las personas en circunstancias tan críticas como las que estamos viviendo. Por todo ello, no es cierto que a partir del final de esta etapa marcada por el coronavirus la humanidad tendrá unas mejores maneras de ser. No, seremos iguales o si llega el caso bastante peores, porque nos culparemos unos a otros de los males propios y ajenos. Lo que sí quedará al descubierto de una forma descarada, será nuestra indefensión como seres vivos, ya que un bicho insignificante, puede condicionar y, de hecho lo consigue, todo nuestro vivir. Hagámonos grandes en nuestra pequeñez, siendo mejores personas.
La oscuridad se adueñó de montes y valles. La aldea se adivinaba por las tibias farolas distribuidas por sus callejuelas. Llovía. La lumbre reclamaba su alimento y tuve que salir en su procura para mantener la casa caliente. A la leñera se llega en cuatro pasos. Nada más abandonar la cocina me sorprendió algo que se movía a no más de tres pasos de donde yo me hallaba, en la calle. Pronto hará un año que me operé de cataratas. Me colocaron unas lentes que, en ocasiones, tengo que parpadear varias veces para situarlas en su justa posición. Fue lo que hice. No daba crédito a mis ojos y repetí el parpadeo dos veces más. No era un espejismo. Allí, delante de mí, a las once de una noche lluviosa, una damita, menuda, empapada, exhausta, apenas podía con el agua que empapaba su plumífero traje, Filomena, así la bauticé en cuanto la ví, con un piar mortecino, me pedía ayuda. De pronto cambió de opinión y en cuanto intenté agarrarla se escabulló y me tuvo un buen rato sin permitirme socorrerla. Al fin lo conseguí. Cuando se vio en mis brazos y le dirigí unas tiernas palabras, se sintió confiada y querida. Le preparé un cuarto para que secara su ropaje y pasara la primera noche en previsión de un amanecer más acorde con sus necesidades. Esto sucedió antes de anoche, o sea el Viernes Santo. Ayer le preparé un habitáculo más en consonancia con su status y hoy, como corresponde a los bien nacidos en lo que a agradecimientos se refiere, la visité, me preocupó no verla ni escuchar su quedo piar. De pronto, ¡o sorpresa! en un agujero de la pared, donde en algún tiempo se ponía un candil para alumbrar la estancia, allí estaba Filomena con un regalo para mí. Me emocioné como un tonto, había puesto un huevo, con seguridad, para agradecerme mis atenciones con ella. ¡Cuántos tenemos que aprender los humanos de los seres sencillos que continuamente nos dan lecciones de comportamiento!
Hay una máxima, que para mi desgracia no practico mucho, que me encanta: «Bonum si brevis, bis bonum» Todos conocéis la traducción: lo bueno si breve dos veces bueno. Pues bien, contra mi costumbre, digo, hoy seré muy breve. Terminé de tomar mi desayuno y me dirigía a la ducha y al subir el primer escalón me vino a la mente una reflexión que quiero compartir. Ya sabéis que el pasado año, yo peinaba sesenta y cuatro años más dieciocho, por lo tanto este dos mil veinte, tengo sesenta y nueve más catorce. Las razones son fáciles de dilucidar, pero no voy entrar en estos momentos en esas derivas, sino en deciros que la edad, según me recuerda siempre una muy querida admirada amiga, dama navarrica ella, que la edad no es otra cosa que «un estado de ánimo». En cuanto termina la frase, recalca que no es suya la reflexión. No importa, pero es así. Nuestro insigne y admirado doctor Gregorio Marañón decía que la edad del hombre, «es la de sus arterias». Yo no tengo inteligencia para crear un pensamiento tan profundo, solo me remitiré a mi propia existencia y que hago extensiva a todos los que, más o menos peináis los mismos años que yo. A Dios ponto por testigo de que no lo digo por propia floritura, aunque mi ego sea un globo lleno de oxígeno, sino porque vosotros, a los que hoy quieren denostar, si yo lo hago, podéis hacerlo igual, escribir grandes relatos, asistir a las clases de la Universidad para a mejorar lo que os apetezca, enamorarse, enamorarse, sí. Todo ello está ahí, a nuestro alcance. Y tirando de refranes, ahí va el último: «Lo que hace un necio, lo hacen ciento». Pensaba ser más breve, pero soy como el alacrán. Va con conmigo. Os quiero
No quisiera hacer con mis expresiones, una defensa a ultranza de mi manera de pensar y por lo tanto que prevalezcan mis pensamientos sobre los que otras personas puedan tener. Nací el 28 de Septiembre de 1936. No dejó de ser un día más para todos los que vivían en el mundo en aquella fecha, incluso ni fue impactante para la gente de mi aldea, Beariz, ni siquiera para mi familia, antes que yo habían venido ya siete más. Ni redoblaron las campanas ni se celebró ningún festejo. Así de normalito fue mi venida a este mundo. Y, así también fue mi caminar por la vida. Comencé a los cuatro años, no a ganarme el trocito de pan que me correspondiera en el reparto familiar, nunca pasé hambre, y no me ganaba ese pan, pero sí llevaba las vacas al prado para que los mayores de la casa no se distrajeran de sus labores de mayor enjundia. Me preparé para, después, de mayor, tener una calidad de vida acorde con mis capacidades. Busqué una joven que accediera a conformar conmigo una familia. Conseguí, para mí, la mejor. Cuatro hijos (4) llenaron nuestra vida de felicidad. Ellos nos regalaron nueve nietos (9). Trabajamos día y noche para sacarlos dignamente adelante. No disfrutamos unas vaciones hasta que llevaba seis años trabajando. Estuve un año haciéndolo en dos empleos a la vez (18 horas diarias, con una en el cambio) Ella, la que conjugó, aglutinó, ordenó, la buena compañera, amante esposa, adorable madre, nos dejó cuando todo nos sonreía… Mantuve vivas mis ganas de trabajar y lo hice hasta que la prudencia me aconsejó que lo dejara. Escribo, publico y aún voy a la Universidad, de alumno, para mejorar mi calidad literaria. Me he vuelto a enamorar de una encantadora joven que me respeta y la respeto. Ignoro dónde estará su límite para aguantar a este Cascarrabias Gruñón, pero de lo que estamos ambos convencidos, es que el tiempo que hemos compartido hasta el presente, ha sido un regalo maravilloso de la Vida. En ese recorrido de mi vivir, pasaron: Una guerra civil, una guerra mundial, otra guerra, mal llamada fría, un sin fin de crisis económicas e innumerables situaciones de todo orden que con mayor o menor intensidad influyeron en mi vida, y de todas salí airoso. Llegamos a este mes de Enero de 2020, aparece «coronavirus» y a unos cuantos mal nacidos solo se les ocurre sentenciar a muerte a toda esa gentecilla de nada, haciéndola de la manera más ignominiosa que se puede hacer, tal cual si fueran unos apartaderos de las ganaderías: A estos a los pastos del valle a estos otros a los cerros, a los de ochenta (80) al matadero. ¡Mal nacido………………….!si tú estás donde estás es porque esos que tú mandas al desolladero, son los que te creamos el mundo en el que tú indignamente vives. Soy creyente y el día que el Dios en el que creo, me diga (Hasta aquí has llegado, vente) me iré a gusto, pero tú ¡MALNACIDO!,no tienes derecho a romper mis ilusiones y mis ganas de vivir. NO QUIERO MORIR.
No es momento de lanzar al viento florituras que a nada conducen, sin embargo, es mi personal opinión, sí lo es de reconocer la magnífica labor que hace un grupo de personas que, cumpliendo con un deber profesional que les honra, añaden un plus humanístico que convierte su impecable comportamiento en algo que obliga a este humilde emborronador de folios, pregonar a los cuatro vientos que se merecen el calificativo de ÁNGELES DE BEARIZ. Destacaba hace unos días la profesionalidad de la Guardia Civil, del impecable y docto equipo médico que vigila nuestra salud y de las personas que cuidan de nuestros mayores en la Residencia San Antonio. Hoy, reiterando de nuevo mi reconocido agradecimiento a todos ellos, dedico una especial y muy loable mención, a las personas que con una entrega de inmensa humanidad los ÁNGELES DE BEARIZ, prestan su apoyo incondicional a todos aquellos que, no pudiendo valerse por sí mismos, encuentran en estas jóvenes y algún varón que también hay, a la samaritana amorosa que consigue, con su bien hacer, que su vida sea más llevadera en los años que la naturaleza se deteriora y no puede dar una respuesta adecuada a sus necesidades. Para ellas, en nombre de todas las personas que son atendidas, valga este público, justo, humilde y sincero reconocimiento. Tampoco puedo dejar en mi pluma, la tinta que le queda, sin hacer mención a la magnífica labor que realiza nuestra Monitora del Aula Cemit, Antonella Lizza, siguiendo con sus enseñanzas por «teleclases» para que sus alumnos sigan activos. ¡Cómo ignorar la siempre loable labor de Marta, nuestra servicial y eficiente bibliotecaria, llevando a quien lo solicite el libro que le apetezca leer. Y qué decir de nuestras Farmacéuticas, ahí siempre dispuestas a mitigar nuestros dolores y necesidades con su bien hacer. Gracias de todo corazón. Gracias, también a los dos comercios que solícitamente atienden nuestras necesidades alimentarias ¡Qué poco reconocemos y hacemos nuestros, los valores de personas tan significadas que conviven con y por nosotros! Deberíamos aprovechar estos momentos de soledad, y mirar un poco hacia nuestros adentros para intentar hacernos más dignos de nosotros mismos siendo coherentes con nuestro vivir y con el comportamiento con los semejantes. LOOR Y AGRADECIMIENTO, a quienes lo merecen.