
En todas las etapas de la vida, tenemos la necesidad de, al menos, conseguir disfrutar de algún placer que nuestra imaginación pueda pensar. Recuerdo una de mis grandes ilusiones, allá en mi primera infancia, que no era otra que conseguir bolitas de cristal, pero de colores. Con el tiempo fui cambiando de objetivos: salir de caza con mi padre o con mis hermanos. Me ilusionó jugar al fútbol, luego al tenis. Disfrutando de esos placeres llegué a la edad, no de enamorarme, porque ese estado anímico lo comencé a vivir sin haber cumplido los seis años, pero sí de canalizar mis sentimientos hacia una joven que se convirtió con el tiempo en mi compañera con la compartí más de cincuenta años de respeto mutuo que dio el fruto de cuatro hijos y nueve nietos. Llegó el momento de su partida hacia lo Eterno. Después de casi veinte años la vida me exigió darle razón de ser. Así lo hice y una etapa nueva ilusionante comenzó a tomar sentido al lado de una persona que hoy colma todos mis ambiciones como compañera y esposa. Sin esfuerzo, mis querencias no cambian. No demoré mucho en sentir la necesidad de hacer bueno aquello de lo que me acusan, reinventarme una vez más. Sin pensarlo mucho compramos unas ruinas sin provecho, que convertimos en una «Casa de Acogida Tradicional» para Peregrinos de Braga a Santiago por O Caminho da Geira e dos Arrieiros. El régimen de acogida es del modo «Donativo».

El nombre que le pusimos va muy acorde con nuestros sentires: REPOSO DEL CAMINANTE. Llevamos menos de un mes abierto y es ilusionante cómo reciben los Peregrinos el espacio que se les ofrece cuando llegan, pero lo es aún mayor cuando han repuesto fuerzas y reinician su peregrinaje. Creyéndoles, como no podía ser menos, nada es comparable al placer que nosotros sentimos al escucharlos. Para Lorena, mi esposa, es sumamente agradable haber conseguido el objetivo que nos proponemos, pero para mí, a los ochenta y siete (87) años es inenarrable el haber hecho realidad un proyecto de futuro. ¿Dónde está el límite de las ilusiones humanas? No existe. Los años los inventó un pobre diablo aburrido,