Estaba yo realizando mi diario caminar, cuando al pasar por un parque vi dos niños, una niña de unos 6 añitos y un niño de no más de 10. Seguía yo mi camino, cuando observé en la pequeña un gesto de alegría y al mismo tiempo que lo hacía, abandonaba el juego y se venía corriendo hacia mí. Al mismo tiempo que iniciaba la carrera, sonreía y gritaba.
–¡Es Pepe!
Al oirla, yo detuve mi paso y esperé que la niña llegara hasta donde yo me encontraba. Sin dejar de sonreir, me dio un beso, al cual correspondí, sumamente agradecido. El niño tampoco se mantuvo en el lugar donde se hallaba cuando la pequeña dio el grito denunciando mi presencia. También llegó hasta mí y la escena que protagonizó la bellísima niña, la repitió Leonardo, que así se llama el muchachito. De su prima partió el origen del hecho y él le dio continuidad.
Tal vez haya personas para quienes el momento vivido esta mañana, no tiene ninguna importancia. A lo mejor es así, pero os puedo asegurar que de instantes como este, se alimentan las vidas sencillas. Más aún, de momentos como éste se compone la felicidad de cada día, de una vida sencilla, cuyo proyecto es vivir, compartiendo, respetando e intentando ser útil, sin esperar nada a cambio. Por eso cuando recibes un regalo como el que me hicieron en la mañana de hoy, la pequeña Uxía y el jovencísimo Leonardo, a mí, me hacen el más feliz de los mortales.
Continué mi caminar y en mi rostro, llevaba la más agradecida de las sonrisas, que habían plasmado en él, dos niños cuya amistad, para mí es incalculable. Gracis, mis queridos amiguitos.