No me cabe la menor duda que los buenos momentos vividos dejan maravillosos recuerdos que la mente jamás destierra. Por acumulación, los va archivando en los diferentes compartimentos, pero basta el mínimo detalle para, sin violencias, franquear la puerta de donde se hallan y sus vivencias se presentan ante uno con plena vigencia. Me hallaba en plenas labores culinarias en el día de hoy, si mal no recuerdo es el cincuenta y cuatro del mal llamado confinamiento al que nos tienen sometidos este grupo de indocumentados que nos desgobiernan, cuando , rompiendo el silencio reinante un extraño ruido por encima del tejado de mi refugio, atronó los espacios. Con el pequeño cuchillo que tenía en mis manos para mondar las patatas con las que voy elaborar mi tortilla, salí corriendo a la puerta que me permite acceder al pequeño jardín de miles de hectáreas por el que puedo deambular sin encontrarme con nadie, en lo que a personas se refiere. Alcé la mirada hacia el cielo y un helicóptero pintado de verde, lo surcaba, cumpliendo alguna orden emanada de alguna de las privilegiadas cabezas que rigen nuestros destinos. Lo de privilegiadas es por los suculentos, tanto como inmerecidos, dineros que ganan. La vista del pájaro de acero volador, trajo a mi memoria el recuerdo de los tres hombres que comparten conmigo la fotografía que encabeza este escrito: Eduardo, Pepe y Diego. Tres profesionales como la copa del pino más alto de nuestros montes, que se jugaban la vida apagando fuegos para que nuestra verde e incomparable Galicia no se convirtiera en un lar de vegetación carbonizada. Tres jóvenes vidas que entregaron con abnegada profesionalidad en aras del cumplimiento de su deber. Para vosotros, entrañables e inolvidables amigos, va hoy, el recuerdo más íntimo y sincero que puede emitir este muy usado, que no viejo, corazón, por los maravillosos momentos compartidos. Un día, abusando de mis sufridos lectores, escribiré más ampliamente sobre vuestras vivencias profesionales por estas tierras de Beariz. La insignia que cierra este escrito me la regaló el jefe de la escuadrilla, Eduardo, quien al entregármela reiteró su parlamento con una frase que silabeó mientras la prendía en la solapa de mi chaqueta: «No es la insignia de aviación, que también, sino que, además, es mi primera y más querida insignia» No lo olvido, querido Eduardo y cuando voy acostarme, al dirigirme a mi cama, le doy las buenas noches y un beso de recuerdo que te ruego compartas con Pepe Maroto y Diego Tomás, al igual que compartimos la fotografía de encabezamiento.