
Cada mañana, en verano o en invierno Carmen pasaba por delante de nuestra casa con Lola. Al llegar a la altura de la puerta de entrada, Lola ignoraba a su dueña y se acercaba. No llamaba al timbre, no golpeaba la puerta, solo emitía unos suaves gemidos que mi esposa conocía muy bien. Antes de abrir la puerta se acercaba a la alacena extraía del paquete dos galletas, las desmenuzaba y franqueaba la entrada. Allí estaba Lola, luciendo su albo y limpio pelaje y moviendo suavemente su colita demostrando una controlada y alegre a actitud. Carmen protestaba porque después el aparato digestivo de la perrita no funcionaba adecuadamente. Ni caso. Lorena y Lola seguían cumpliendo religiosamente su liturgia. Hace un par de meses vinieron los nietos de Carmen y Quique. Lola, como buena anfitriona se enamoró de ellos. Los niños, una hembra y un varón correspondían a ese amor con la infinita capacidad que poseen lo pequeños para entregarse a los animales. Lola vivía una felicidad total jugando con sus amiguitos.

A pesar de sus dieciocho años, (equivalentes a los noventa aproximados de los humanos), Lola gozaba de buena salud y la disfrutaba sobre todo con los pequeñuelos. Como sucede con total normalidad entre las personas, llegó el momento de la partida y los nietos de Carmen y Quique tuvieron que regresar a sus lugares de destino. Marchar los niños y Lola entrar en crisis fue todo instantáneo. Estaba triste. Se negó a comer. No quería caminar. solo echada en el lugar donde habitualmente jugaba con sus amiguitos. En menos de una semana Lola cambió este mundo por lo eterno. Lola murió de nostalgia amorosa. Que el paraíso canino la acoja. Deseamos que goce como nos hizo disfrutar a los que compartimos con ella momentos estupendos.