
Hace unos momentos mantenía una conversación telefónica con un amigo que atraviesa una situación delicada de salud. Su páncreas no anda nada bien. Al preguntarle yo cómo se sentía en estos momentos me respondió sin titubeos: «Bueno, intentando saber dónde estoy, porque hay pequeñas cosas que me invitan a eso mismo, saber dónde me hallo». Este amigo mío, además de otras actividades desempeña la muy loable y humana de Médico de Familia. En el decir de los que han sido diagnosticados y tratados por él, es un gran doctor. Reflexionando lo que él me dijo, motivó mi respuesta inmediata y sin preámbulos le espeté como hoja seca desprendida del árbol, al albur del viento, que es lo que yo soy: ¿Cómo puedes ser tan utópico, querido amigo? A mí los doctores me han dejado por imposible. A catorce de ser centenario mi corazón camina a galope tendido. En estado de reposo da 130 pulsaciones por minuto. Si hago un esfuerzo al límite de mis capacidades físicas, llego a dar 158 l.p.m. Camino a cinco kilómetros por hora por sendas con ciertos desniveles y no siento nada. Como mi amigo, también yo quise saber dónde me hallaba. Ya lo sé, en el segundo presente y es el que tengo que vivir. Ahí, amigo mío, te encontrarás siempre. No busques otra ubicación porque solo será una utopía.