El encuentro del otro día, con dos congenéres de Papo Rubio y Pico Amarillo, despertó en mí, una buena dósis de curiosidad. Ni antes de ayer ni ayer tuve ocasión de llevar a cabo las investigaciones que creí debía realizar, para saciar, al menos, mi curiosidad. Tenía una sospecha y quería comprobar si estaba o no en lo cierto. Con respeto a Pitirrojo, nada pude corroborar. Sin embargo, por lo que al Mirlo se refiere, sí llegué a la conclusión de que mis sospechas tenían su razón de ser. El hecho de que el Mirlo saliera del matorral caminando y, ni al salir, levantara el vuelo, me hizo pensar que el simpático pajarillo tenía poderosas razones para no hacerlo.
Ayer llovió copiosamente. Esta mañana también cayó un buen chaparrón. A eso de las 9, el cielo se quedó totalmente azul y sin pensarlo más, me dirigí al lugar donde tuve el encuentro con los dos animalitos. Como digo, la aparición del Pitirrojo pudo ser debida a un montón de situaciones que se me escapan. Sin embargo el Mirlo sí pude comprobar el porqué de no levantar el vuelo y no apartarse de mí una distancia que pudiera perderle de vista. Incluso, parecía invitarme a que le siguiera. Con mil dificultades fui metiéndome dentro de tupido y áspero matorral. Por las sospechas que albergaba, tomé toda clase de precauciones para evitar deterioro alguno, tanto a nivel de suelo como en el propio ramaje. No tardé en confirmar mis sospechas. A menos de treinta centímetros del suelo, nido, primorosamente construido con toda clase de elementos vegetales, donde predominaban las hierbas secas en su oquedad y en cuyo seno había, y hay, 4 lindos huevos de los que, si no sucede algo muy anormal, nacerán otros tantos pajarillos, una vez que sus propietarios los incuben los veintitantos días preceptivos para que ello suceda.
Siendo muy niño, cuando iba con el ganado para el monte, la primera vez que observé ese fenómeno, fue con una Perdiz que salió de un pequeño matorral, justo delante de mí. Tan cerca, que estuve a punto de pisarla. Y no levantaba el vuelo. Cuando yo corría detrás de ella, si se distanciaba un poco, se paraba. Así un buen rato hasta que se hartó de mí y levantó el vuelo y se fue. A los dos o tres días, al pasar por el mismo sitio me sucedió otro tanto. Yo le había comentado a mi hermano Manuel lo que me sucedió y él me dijo que la perdiz, tenía allí su nido, y lo que intentaba con su forma de actuar, era que yo me alejara lo más posible de él. En efecto. Busqué entre los carrascos y allí esta el nido de la Perdiz, con 14 huevos llenos de rayitas. Y esa experiencia, que no fue la única, fue la que me llevó a comprobar la actitud de Mirlo, en mi paseo por la costa de esta bellísima Isla Balear.