MAS ALLA DE LO IMAGINADO

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Buenas tardes Mamá. Cuando esta mañana escribía unas líneas, después de dos días sin hacerlo, en mi Blog, prometía contar algunas cosas escuchadas en el Balneario. Primero te diré, Amada mía, que desde el ventanal donde me hallo, mirando al río, contemplo caer un tremendo aguacero que, como un lord inglés,con  reloj suizo, llega puntual todas las tardes para recordarnos que estamos en nuestra verde y querida Galicia, por lo que, fiel a su destino, debe cumplir con él. El espejo de las aguas embalsadas dibujan  infinitos círculos concéntricos,  al principio.  A los pocos momentos lo que eran pequeñas  ondas que se acariciaban entre ellas, la superficie se rompió en millones de pedazos que chocaban bruscamente.

Después de haberlo hecho docenas de veces, en los más diversos establecimientos, en los que tenía que compartir mesa y mantel con otras gentes, estos días estoy experimentando unas sensaciones muy especiales haciéndolo con unas personas que me las transmiten. Ya te contaba, Amor, algo sobre la dispar pareja que forman Esperanza y su otrora espigado marido. Hoy te diré lo que pude escuchar de un singular matrimonio, que me han descubierto un mundo sorprendente. Sobre todo los primeros años del protagonista. He dicho escuchar y digo bien, porque a este hombre de cara tostada por mil soles y azotado por todos los vientos, mirada franca, dicción perfecta y diálogo pedagógico, no solo hay que oirlo, sino que hay que gozar escuchándolo. No recuerdo cómo empezó sus parlamentos, pero desde el principio, su manera de contar algunas cosas de su vida llamaron mi atención e inmmediatamente supe que estaba ante un ser excepcional. Habla Casimiro que inauguró la Primavera cumpliendo 80 años. A su lado, pendiente siempre de él, Josefina, su esposa, da cuenta de unas lentejas que escogió para el almuerzo. -Es que no había otra. Era el año 1943. Estábamos en todo el lío de la Posguerra Cvil.  Mi padre trabajaba de fogonero en el Ferrocarril. Tenía un sueldo miserable. No daba ni para comer los que éramos en la casa. Mi Madre la pobre se deshacía comprando y vendiendo toda clase de cosas para ayudar. Todo eso no nos llegaba ni para comer. Fincas no teníamos, así que había que ayudar.Recién cumplidos los cinco años, llevaba para el monte, un rebaño de cabras de una tía mía. Ella me daba de comer media taza de leche y para que empapara el trozo de brona, pan de maiz, terminaba de llenar la taza, con agua de la fuente. Con siete  años, sin cumplir los ocho, me fuí con una cuadridlla de segadores a la Provincia de Toledo a segar los trigos y cebadas de Castilla. Aquellos cinco hombres cobraban a un tanto por fanega. Allí tres fanegas y un poco, era una Hectárea. Bueno eso lo supe mucho después. Ellos segaban y yo tenía que atar los haces de mies que dejaban sobre el rastrojo. Para atarlos tenía manojos de ataderos de esparto, más o menos de un metro de largo, que tenían en las puntas dos nudos para que no se deshicieran. Me veía y me deseaba para poder darles abasto. Además, al medio día tenía que ir al pueblo, algunas fincas de las que recogíamos la mies, distaban de la casa del amo unos cuatro kilómetros. Además tenía que acarrear el agua, con la cuba o con el botijo, cada vez que hacía falta. Cuando llegaba de uno o del otro sitio, tenía un montón de mies cortada que había que atar para que cuando llegara la galera con las mulas que la llevaran a las heras para trillar, estuviera lista. En Castilla, en el mes de Junio y de Julio con un sol de justicia que ni los pájaros volaban. Por la noche, dormíamos en los rastrojos y al  romper el día, comenzábamos la tarea hasta que no se veía.-Cuando ésto dice Casimiero, me viene a la memoria nuestra admirada Rosalía diciendo: «Castellanos de Castilla-Tratade ben os galegos- Cando van, van como rosas -Cando ven, ven como negros -cando foi iba sorrindo- Cando veu viña morrendo. As luciñas do meus ollos- O amantiño do meu peito. -Castellanos, Castellanos, tendes corazón de ferro».- Así dos meses y medio, bueno, un poco más, casi tres. Al año siguiente también fuí con ellos. Esta vez habían conseguido un contrato algo más cerca. Fuimos a la provincia de Avila, lindando con Valladolid. El verano se diferenció poco con el anterior. El calor era horrible. Lo que mejoró un poco fue la comida. Aquí nos daban más veces cocido y menos gazpacho como el que nos hacían en Toledo. Afortunadamente no nos llovió ningún día pero el calor nos aplastaba contra la rastrojera. Ese fue el último año que acompañé a los segadores porque al siguiente, antes de cumplir los diez, me marché al País Vasco.- Escuchando a Casimiro, yo que he vivido en Castilla una buena parte de mi vida. Además, conozco muy bien las tareas del campo, y en especial las que se realizan en verano, por coincidirme con las vacaciones y pasarme algunos ratos con los segadores en el campo, cuando Casimiro contaba todo aquello, me entraban sudores solo con recordar al pobre niño en plena estepa,  soportando aquellos tórridos calores cuando él debía estar jugando a las canicas, o al pelouro con otros niños de su edad. A mí, solo con oirlo, se me abrían las carnes y me dolía el alma. Y lo que más me chocaba en su relato, es el no tener ningún lamento ni resquemor recordando aquella etapa de su azarosa  vida. Cuando terminaba de comer el plato que se había traido a la mesa, iba a la procura de otro y mientras degustaba lo elegido, nos seguía contando sus vivencias con toda naturalidad. De vez en cuando afloraba a su rostro una sionrisa, sobre todo cuando, prudentemente se callaba sus aventuras amorosas, y miraba de reojo a Josefina, quien esbozaba una sonrisa picaresca adivinando lo que su marido omitía. -Mi madre consiguió unas pesetillas y me sacó el billete y me fui a Bilbao. Cuando llegué allí y me bajé del tren parecía que me había emborrachado. No sabía ni dónde estaba ni a dónde  tenía que ir. Así estuve un buen rato hasta que me acordé de lo que me dijo mi madre sobre una señora de un pueblo de al lado del nuestro que había estado sirviendo en casa de unos señores y me dijo la calle donde vivía. Le pregunté a un señor y él muy amable me acompañó hasta la punta de la calle. Yo iba al número 27 y ya caminando solo, llegué hasta allí. El marido de la señora era albañil y me dió trabajo con él. Me dijeron que podía quedarme como huesped en su casa y por 15 pesetas me daban media pensión. La comida del medio día tenía que valérmelas por mi cuenta. Pero lo más difícil lo había solucionado, tener trabajo. Tenía que amasar mortero para cuatro albañiles que trabajaban a destajo. Los cubos de mortero pesaban tanto que tenía que llevarlos arrastra hasta donde tenía la cuerda para engancharlos y que ellos los subieran a los andamios. Tantas eran las ganas de hacerlo bien que además de abastecerles de mortero, les acercaba los otros materiales y les cargaba el agua para beber. Así stuve durante más de dos años. Pero yo quería ganar dinero y en cuanto podía, agarraba una paleta y me dedicaba a colocar ladrillos como ellos. No tardé en hacerlo de tal manera que ya me libraron de amasar cemento arena y agua y me pusieron a pegar ladrillos o dar yeso o lo que fuera. El matrimonio donde me hospedaba, él era muy buena persona, pero a ella, no sé qué le pasaba, porque algunos días agarraba unos cabreos que le tiraba al marido con lo que fuera. En más de una ocasión la ví lanzarle un cuchillo que si lo coge lo atraviesa. Yo cuando terminaba de trabajar, recogía en los cubos de basura, los periódicos y así fui aprendiendo a leer. – No hace falta decir que, tanto yo, como los compañeros de la mesa escuchábamos estupefactos a Casimiro, cuando esto nos relataba. Un día, recién cumplidos los 14 años, el promotor de las viviendas que estaba consruyendo le llamó  y le dijo que si se atrevía a llevar la obra por su cuenta que él se las cedía para que se responsabilizara de todo. Casimiro le contestó afirmativamente y con solo el compromiso de la palabra, sin que mediara papel alguno, a partir de ese momento el niño Casimiro de 14 años se convirtió en el responsable de la construcción de un grupo de viviendas con bastantes hombres a su cargo. Trabajaba noche y día y aún le quedaba tiempo para la diversión. Se convirtió en un exelente bailarín y, sobre todo en verano, solo paraba cuando se cambiaba la ropa de fiesta por la de trabajo. Pero todo no iba a ser bueno en la vida del osado y trabajador rapaz. Un día, el buen hombre que le acogió en su casa y le ayudó a encontrar trabajo, y que ahora se había convertido en asalariado de su pupilo, puliendo un tramo de pavimento con una máquina, el cable se le enrolló en los pies, cayó de espaldas y se mató. Fue un duro golpe para Casimiro pero la vida seguía y era necesario continuar. Ni que decir tiene que en esta etapa ganó mucho dinero. Vascongadas estaba resurgiendo de la dura posguerra y había mucho donde trabajar si se tenían ganas de hacerlo. Así llegó a la etapa del servicio militar. Regresó a su pueblo natal y se incorporó a filas. No tardó el avispado mozo en hacer valer sus conocimientos de maestro de obras. Primero tomando los galones de Cabo Gastador y después la admiración. el respeto y las solicitudes de Jefes y Oficiales que requerían sus servicios para trabajos en sus domicilios particulares. Trabajos que le produjeron pingües benficios, amén de admiración y permisibilidad para muchas otras actividades. Se licenció y, como ya había echado el ojo a una linda jovencita de la aldea, la requirió de amores y ella encantada accedió. No tardaron en contraer matrimonio y comenzar una nueva vida. Desde Euscadi le llegaban todos los días reclamo, ofreciéndole obras de mucha importancia. Había dejado un cartel muy bueno y era requerido para que contunuara por aquellos pagos. Se hubiera ido Casimiro muy contento a Vscongadas de nuevo, pero la madre de su esposa tenía un catarro crónico y no era cosa de abandonarla a su suerte y prefirió perder todo aquel mundo que se le ofrecía para que su esposa cuidar a la buena señora que la trajo al mundo. Pero Casimiro no se durmió en los laureles. En su pueblo y los contornos continuó trabajndo y no solo en la actividad que le era más familiar. Abrió el abanico de sus capacidades y a la vez que criaba siete hijos, uno de los cuales se le murió a los dos años, compartía vida con su amada y avispada Josefina, educaba y daba estudios a su numerosa prole, se hizo un señor a respetar y dejar huella de buena gente por donde quiera que fuere. Es de justicia reconocer que gran parte del éxito obtendo en esta etapa de su vida, se debe a la ahorrativa Josefina que convertía una peseta en ocho reales. Hoy sigue siendo una pareja muy feliz y muy contenta con lo conseguido. Para mí fue un gran honor conocerlos y desde ya y hasta que Dios me permita, cuentan con mi admiración más rendida. Ya ves Amada mía qué maravillosas personas quedan por estos mundos. Hasta siempre Amor mío. Te seguiré contando.

 

 

 

 

 

 

 

 

5 opiniones en “MAS ALLA DE LO IMAGINADO”

  1. Papi, que historia tan fantástica!!!!
    Y que bien relatada!!!!!
    Es como si hubiera compartido mesa con vososros en ese maravilloso balneario de Laias!!!!
    Espero con impaciencia tu próximo relato.

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