Para ser consecuente con mi denominación de Caminante, por obligación tengo que dar ejemplo, cumpliendo con mis interminables caminatas. Lo hago por toda clase de lugares donde, con más o menos comodidad, se puede apoyar el calzado que me soporta. Por carreteras, caminos , sendas, trochas, un sin fin de sitios. Por cada uno de ellos me encuentro una clase de flora y fauna. Corzos, jabalies, venados, tejones, nutrias. Hasta un Oso Pardo, escasísimos en estas zonas, me encontré una vez, por cuyo motivo, subí aquí un comentario, hace ya unos meses Lo que es más fácil que vea en mis caminatas son los caballos. Aquí hay abundantes pastos, no hay animales que los coman, razón por la cual la raza equina, pasta a sus anchas por nuestros montes y valles. Me encanta verlos. Les hago infinidad de fotografías que después voy borrando, cambiándolas por otras más novedosas. Bajan desde las sierras y los hay de todas las razas, colores, tamaños y edades. Siento por ellos una especial predilección. Digo mal. Sentía, no siento.
Eran las 22 horas de la Noche de Reyes, osea ayer, y conducía yo mi automóvil por una carretera Comarcal, cuando, de pronto unas sombras fantasmagóricas aparecierron por el lado izquierdo de la dirección que yo llevaba. Justo delante de mí. Ocupaban toda la calzada. Contra lo que en mí es habitual, no llevaba una velocidad excesiva. Quise esquivar aquellas sombras, pero todo fue inútil. Ni tiempo tuve de frenar. En fracciones de segundos, sobre la parte delantera de mi auto, un caballo, más grande que aquel que introdujeron los Griegos en Troya, se brindaba a viajar en mi compañía. Afortunadamente, como digo, no iba a gran velocidad, de lo contrario, en lugar de ser despedido, resbalando por ecima del motor de mi coche hacia la parte derecha, hubiera ocupado el asiento en el que yo iba sentado. Ya se pueden suponer las consecuencias, si ello hubiera sido así. Todo quedó reducido a una parte de mi auto, en condiciones de visitar un buen taller, el caballo, un golpe cuyas consecuencoas ignoro, no he vuelto a verlo, y yo, un pequeño susto sin otras consecuencias que convencerme, una vez más, que mi Angel de la Guarda, tiene muy poco tiempo libre.
Lo dejaré ahí. Pero lo cierto es que, a lo mejor alguien debiera pensar qué medidas se pueden tomar para que estas situaciones dejen de aumentar los accidentes mortales en nuestras carreteras.