Escribir, si gusta, es un placer. Cuando uno se sienta frente a su otro yo y entabla una conversación que ambos aceptan, es de lo más divertido. Además de que, en cuanto uno de los interlocutores dice o piensa alguna impertinencia, el otro ya tiene preparada su respuesta. Vease que digo que, cuando uno de los dos dice o piensa, porque en esta ilusionante conversación, ambos tienen la virtud de adivinar lo que el otro va decir antes de que se pronuncie, por lo que la conversación, no solo tiene una vertiente, sino cuatro.Pero no es esa sola situación la que produce el placer de escribir, también tiene otros alicientes que te enriquecen. Escribir te obliga, obligación gratificante, a cuidar la calidad de tu lenguaje en el día a día. Te sientes en la necesidad de ser digno y respetuoso con lo que escribiste, porque cuando lo hacías, eres consciente de que te sometías al juicio de quien te leyera y eso hace que seas más cuidadoso con tu lenguaje. Cuidado que sigues manteniendo, como digo, en tus pronunciamientos en las sconversaciones normales. Ni te preocupas, es tu subconsciente quien toma las riendas y sin que tu pongas intencionalidad alguna, tus palabras salen más depuradas y ajustadas a lo que escribes. Es curioso, tanto como cierto. Pero es así. En absoluto esto quiere decir que el emborronador de folios o cuuartillas esgrime mejores actitudes ante los demás, sino que lo uno lleva a lo otro. El escribir te obliga a ser consecuente contigo mismo. Es una opinión. Sin duda tan válida como otra cualquiera. Y tan falta de solidez como puede ser la emitida por quien piense lo contrario. Posiblemente se pudiera decir que es hablar por no estar callado. Pero hoy tenía una especial razón para hacerlo y era poner esto como pie de foto a esta preciosa estampa captada por un alma sensible que supo reflejar en la imagen, la vida de cualquier persona:Luces y Sombras. Pero si se va hacia adelante, allí está la Luz. No te quedes en la oscuridad. Sigue.