NO HAY PROBLEMA SIN SOLUCIÓN (I)

Los que me conocen, me han escuchado con bastante frecuencia, que en España aún quedan entidades que funcionan basta ate bien. Yo diría que muy bien. Con luces y sombras, como todo lo que sucede en cualquier estamento donde las personas tienen vigencia, pero, honestamente, digo, que yo tengo mucha fe en ellos. Son los Cuerpos de Seguridad del Estado, en este caso hablo de la Guardia Civil y del Cuerpo de Funcionarios de Correos. Hoy, especialmente, haré mención a este último grupo.

Eran años difíciles. La posguerra iba quedando atrás, pero las dificultades seguían latentes en el pueblo español. En las ciudades se pasaba mal, pero en el campo, en el medio rural, tampoco ataban los perros con longanizas. Las familias que tenían unas tierras, aunque fueran pocas, iban matando el hambre con lo que se cosechaba en la propia casa y con los animales domésticos que se podían vender. Ese dinero daba para comprar lo más indispensable para cubrir las necesidades más perentorias, tales como ropa. calzado y todo aquello imprescindible para la propia existencia de las personas.En Las Navas del Marqués, un bello pueblo de la Provincia de Avila, tampoco pintaban oros en todas las partidas.Allá por los finales de los años 50 y principio de los 60 del pasado siglo, regentaba la dirección de Correos en el pueblo, Don Isidoro y el cartero era José Antonio. Ambas personas, fieles cumplidores de sus obligaciones de funcionarios, cada uno en su cometido. Por la época, se pagaba a  los mayores un dinero, muy poco por cierto, que ayudaba a paliar las penurias domésticas. Vivía a la sazón en el pueblo una pareja de ancianos para quienes dicha paga era el único sustento.El encargado de llevar ese dinero a los beneficiarios era el cartero, ya que desde los estamentos correspondientes, lo remitían por Giro Postal. Una mañana, muy temprano se presentó, en la casa de los ancianos, el cartero José Antonio con el importe del giro, para entregárselo a sus dueños. Cuál no sería su sorpresa cuando al llamar a la puerta salió la señora Nemesia envuelta en un mar de lágrimas y llorando amargamente. Al verla así, el bueno del cartero le preguntó el motivo.  Como pudo la buena mujer le contó que su Julián se había muerto. El cartero intentó consolarla, pero poco podía hacer. Cuando José Antonio le notificó el motivo de su visita. Y como el titular era el Sr. Julián, el fallecido, y él precisamente tenía que firmar el recibí, la cosa se complicaba. La Sra. Nemesia, al oir aquello aumentó el volumen de su llanto, porque ese dinero ya lo tenían comprometido con las deudas contraidas en la panadería y en el comercio del pueblo. José Antonio, no sabía cómo consolar a la pobre mujer.

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