Son las ocho de la mañana, cuando esto escribo. Estoy acostumbrado haber visto en el campo a ciertos animales, sobre todo pájaros y aves, permanecer en actitud vigilante, unos, mientra los otros comen, beben y practican cualquier otra actividad. Esto lo he observado, sobre todo, en esos ingentes bandos de tordos que en sus vuelos dibujan en el cielo con su oscuro plumaje, infinitas figuras en tamaños y formas. Cuando se posan en un viñedo o en un olivar, alivian de trabajo a los propietarios, con el consiguiente disgusto para campesinos. Todo ello lo contemplé desde una distancia que no se pueden apreciar los matices que brindan la proximidad. Esta mañana, como de costumbre, me asomé para ver si mis amigos Rubiales y Pico Amarillo, habían venido a desayunar. En efecto, allí estaba el hijo de Papo Rubio, desde hoy, con vuestro permiso le llamaremos Rubiales, comiendo con avidez. Permanecí unos instantes divirtiéndome viendo cómo buscaba los granos de arroz y entre éstos, los cocidos. Me hacía reir, por su capacidad de selección. En esas estaba cuando se salieron de entre bastidores Pico Amarillo y su Amada. Los dos se presentaron con la velocidad de la luz. Uno se quedó comiendo, Pico Amarillo madre y Pico Amarillo, caballero él, se subió a una rama baja del viejo roble y desde allí vigilaba para que su compañera, desayunara con toda tranquilidad. Era admirable observar cómo miraba continuamente para todas partes, sin perder de vista los movimientos de su esposa, para transmitirle el mensaje pertinente si acechara algún peligro. Así permanecieron ambos unos cinco minutos, transcurridos los cuales, invirtieron los papeles. Ella se subió a una rama muy por encima de la que estaba Pico Amarillo. A los pocos segundos descendió a la misma en la que se hallaba su pareja y allí se quedó, mientras él bajaba a tomar su alimento. Ni que decir tiene lo admirables que son nuestros compañeros de viaje. Hace unos días hacía un comentario sobre los anónimos sabios que conviven con nosotros sin que siquiera sepamos que están ahí. Están ahí, dando lo mejor de sí mismos para que nuestras vidas tengan más calidad. También los pajarillos nos dan lecciones que debemos aprender para dar a nuestras vidas un sesgo que las haga más racionales, más solidarios y más comprensivas para con los demás.