LA PALMA DE LA MANO EN LA ESPALDA

Hay tantas maneras de andar por la vida, como personas pueblan este Planeta Tierra. Y, no solo eso, sino que cada persona acomoda su andar, según la época en que lo haga. Cuando se cumplen muchos años, no diré cuántos, cada uno tiene su propia medida, el solo hecho de vivir, supone un esfuerzo. También éste tiene muchas medidas. Degémoslo ahí. Lo cierto es que ese esfuerzo, es constante, en el mejor de los casos, con subidas, llanos y bajadas. Pero sobre todo, subidas. Casi siempre las cuestas se empinan hacia arriba. Y es entonces, precisamente entonces, cuando hace falta sentir en la espalda, la palma de una mano amiga que, no es necesario que empuje, el solo hecho de saber que está ahí, que si tienes un momento de flaqueza, si la cuesta intenta vencerte, su ayuda está presta para evitar la derrota, es suficiente para alcanzar la meta deseada.

Esa mano puede llegar de infinitas maneras. Una muy curiosa y que produce, increíblemente, los efectos deseados, es el método que utiliza uno de mis yernos. Solo tengo dos, con tres hijas. No es problema. El problema sería que tuviera cuatro, con las tres hijas. Aunque también los hay que ejercen de tales sin serlo realmente. Pero vayamos al sistema que utiliza conmigo, mi entrañable Yerno, de quien tengo que decir, con pleno conocimiento, que es un descomunal padre, excelente marido, encantador yerno y mejor persona. Mi yerno, cuando quiere ayudarme a subir al alcor, pone su mano. ¿Cómo lo hace? Convirtiéndose en mi particular Sancho Panza intelectual. Yo, empujado, seguramente, por la ignorancia, ésta es la madre de todas las osadías, o mi imaginación y fértil fantasía, tal vez con un exceso de optimismo, me enfrento a la subida sin medir mis reservas y mi yerno acude en mi auxilio haciéndome ver mi realidad, que, como es de suponer, está llena de miserias e incapacidades. Yo las intento tapar y entonces llega él y me las descubre para que las vea y no me extralimite.

¡¡Cuántas cosas se pueden descubrir en la vida con que solo le dediques un momento, parándote, en un recoveco del camino y te pongas a pensar. Eso sí, pensar con objetividad. Gracias Yerno, con mayúscula, por serme tan útil, en mis subidas hacia lo eterno.

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