Me llegan muchas preguntas sobre mi silencio en lo que a Poquita Cosa y sus hijos se refiere. Ya lo tengo dicho muchas veces que yo no paro. Quiero decir que hoy estoy aquí, mañana aparezco en Madrid, en San Petersburgo o en el Amazonas. En fin que falto mucho de Os Cotiños. Razón por la cual no puedo tener bajo mi cuidado animales que necesiten de cuidados personales, prácticamente, diarias. A mí me encantan toda clase de bichos, razón por la que presto una especial atención a todos aquellos que me permiten que les dé un poco de cariño amasado con algo de grano, pienso u otros elementos de los que dispongo en determinandas ocasiones. Lo que no puedo y ellos lo saben, es permanecer atento a sus necesidades cotidianas. Pico Amarillo, Rubiales, el hijo de Papo Rubio y su compañera y otros varios, se acercan a los comederos que les tengo dispuestos y ahí encuentran lo que buscan. Pero en esos comederos está un complemento apetitoso para su manutención, siempre como complementaria. Eso no evita que, en algunas temporadas, este complemento se convierta, además, en sujeto, verbo, y predicado. En resumen, a lo que iba.
Hace algún tiempo vinieron por aquí unos señores, se enamoraron de Poquita Cosa y de sus hijos. En esa fecha, precisamente, yo me encontraba fuera de Galicia. Hablaron con alguien y se llevaron a toda la familia. Me consta que se trata de unas personas amantes de los animales, por lo que nuestra querida Poquita Cosa y sus cachorros están en buenas manos.
Como hablar de ello, me produce malestar, doy por cerrada la cuestión. Eso sí, no lo haré sin antes de expresar mi más profundo agradecimiento a todas aquellas personas que, al igual que yo, tomaron un gran cariño a una perrita en cuyo comportamiento se vio muy representada una gran parte de la sociedad de hoy y de siempre. Mientras tenemos encantos o algo atractivo todo el mundo te quiere. Cuando el revés se adueña de tu vivir, nadie te conoce.
Poquita Cosa es un ser muy afortunado por haber contado con nuestro cariño. Dejémoslo ahí.