Ayer regresé de la Capital del Reino. Salí de Madrid a las 13,05 y llegué a Santiago de Compostela a las 18.52. A las 19,00 estaba en mi aula de la Universidad para escuchar la lección de mi Seño. Por cierto, siempre es interesante, pero en el día de ayer, superó todos los estándares. Se lo hice saber. Mis compañeros de clase compartieron mi opinión. Esta mañana, desapacible, donde las haya, lluvia. viento, algo de granizo, en fin no faltaba nada en la escenografía de este martes invernal. Desde luego, nada que reprocharle. está en su papel. Así y todo me equipé como se merecía y me fui a buscar mi coche al taller del «Chapista». Claro está, que me fui caminando, como es preceptivo para el Caminante. Ignoraba, la distancia que hay entre el taller y mi casa. Más o menos me lo imaginaba.
Ahora ya lo sé. Desde Os Cotiños al taller del Chapista, hay 12.890 metros. Me traje mi coche recién tratado de una suave y leve cirugía y para casa. Como es de suponer, a pesar del equipamiento adecuado, llegué a casa para meterme en la ducha y conseguir que mi cuerpo no agarre un catarro que en estos tiempos y a esta edad, suele tener consecuencias nada agradables y menos saludables. Esta tarde tuve que salir de casa para hacer una gestión.
Cuando me adentré un poco en el camino que va hacia Arduina, me sorprendió lo que vieron mis ojos. Estaba anocheciendo y al borde del muro que cierra una finca llena de maleza, una gallina negra, caminando despacito y emitiendo unos sonidos que no soy capaz de interpretar. Digo un muro que cierra una monte lleno de maleza, para resaltar el hecho de que lo más normal, es que en fincas de estas características, haya alimañas. Sobre todo, suelen ser los habitáculos ideales para el zorro. Muy sorprendido, digo, miro la gallina, la miro y la remiro, por si es un cuervo herido. Pero, no, me reafirmo. Es una gallina negra. Hay una vecina que tiene gallinas en una finca cerca de la casa. La llamo para preguntarle si entre sus gallinas hay alguna negra. Me dice que no, que las suyas son todas coloradas, son, en definitiva de la raza llamada de Mos. La primera casa habitada está a unos 100 metros. Inmediatamente me acerco, llamo y sale la dueña. Le hago la misma pregunta y la respuesta, no se hizo esperar.
–Sí es mía, mal rayo la parta. Se murieron todas y quedó esa sola y no pone un huevo ni por apuesta. Así que le dije, «Mira para comer y no producir, que te coma el zorro» y la eché al monte.
Volví sobre mis pasos rápidamente, no fuera que el zorro se me adelantara, y la gallina negra había caminado unos metros más por junto al muro y seguía emitiendo los mismo sonidos, para mí palabras ininteligibles en el lenguaje avícola. Yo le hablé en el mío y entre los dos se estableció una correlación amistosa, ya que ella se paró. Al intentar agarrarla, dio un saltito que lo evitó. Quería compañía, pero la mía, se ve que no era de fiar. Lo intenté de nuevo, pero esta vez, lanzándome en plancha y me quedé con ella. Protestó, pero poco. La acaricié, le dije que mis intenciones eran buenas. Debió entenderlo así, ya que no volvió a protestar. Eso sí, continuó con su lenguaje que seguí sin entender. Dejé lo que me había conducido hasta donde encontré la gallina negra y regresé a mi casa con ella.
Mañana os contaré lo que hice después, mejor dicho, estoy haciendo ahora. Buenas noches.