Por méritos propios, los habitantes de las Islas Baleares, tantos los aborígenes como los que llevan muchos años viviendo en ellas, se distinguen por muchas cosas. Inteligentes, laboriosos, familiares, amantes de sus costumbres, no olvidemos que en alguna de las islas, no hace falta mencionar cuál, solo contraen matrimonio entre miembros de la misma etnia. Al menos ésto sucedía hasta hace muy poco. Sin embargo de lo que no pueden presumir es de afabilidad en el trato, fuera del ámbito comercial. Dicho todo eso, cuento: Llegué a Ibiza hace unos días. Me hospedé en el Hotel Ereso. Tengo que mencionar el nombre para situar a los protagonistas de mi «Mini Historia». Al poco de llegar me acerqué a una casa de alquiler de coches que hay enfrente del hotel, Renta Car. Un señor de mediana edad, con barba, luego supe que se llama Paco, me atendió correctamente. Cuando fui a recoger el auto alquilado, además de Paco había una joven y muy bella señorita. En todo momento, como no podías ser de otra manera, me porté con la debida corrección. El trato recibido fue de la misma o parecida identidad. Terminó mi estancia en la Paradisíaca Isla. Devolví el auto alquilado. Siempre con el mismo exquisito trato y me despedí. No se me escapaba que entre los alquiladores y el receptor, se había creado una corriente de simpatía, sin que ninguna de las partes mostrara otra cosa que no fuera eso, el respeto mutuo. Cuando cumplí el periplo de estancia en la Isla, devolví mi auto, entregando las llaves. En esta ocasión, se hallaba solamente el mismo señor que me atendió el primer día. A la hora de partir para el Aeropuerto, fuimos requeridos para subirnos al autocar que nos llevaría al mismo. Estando a la espera de que el responsable del autocar guardara mi maleta en el lugar correspondiente, noto que llaman mi atención con unos sutiles golpes en mi espalda. Me vuelvo y, cuál no sería mi sorpresa cuando vi que los que llamaban mi atención no eran otros que Paco y la bella dama que le acompaña en el establecimiento. El único objeto de su presencia era el despedirse de mí. Me habían visto desde su lugar de trabajo y vinieron única y exclusivamente, a desearme buen viaje. Ni que decir tiene que les expresé mi más profundo agradecimiento, prometiéndoles volver a visitar en cuanto aparezca de nuevo por Ibiza.
Una vez más me ratifiqué en mi profunda convicción de que nosotros mismos somos los responsables del trato que se nos dispensa, en el noventa y nueve por ciento de las veces. De nuestra actitud, depende la actitud de los demás. Gracias Paco y gracias bella y desconocida dama, por haber demostrado que no cuenta la cantidad del tiempo que se conozcan las personas, sino de la calidad que le pongas al tiempo del encuentro.