Recuerdo que hace muchos años, cuando mi esposa quería entrenar conmigo, en la pista de ténis, a mí me fastidiaba bastante porque en el decir de mi profesor, jugar con alguien que tiene un nivel inferior al que tú has alcanzado, te hace perder calidad en el golpe. Pero yo, disimulando, como buenamente podía, accedía a sus deseos. Aquella situación, la denominábamos, entre nosotros, «cortar cupones» que es lo mismo que conseguir méritos para después tener derecho a prebendas de mayor calado.
El día de Navidad me invitó una de mis hijas a que fuera con ella para ayudar en la preparación de un comedor social. Es un comedor como otro cualquiera, donde se atiende a las personas que, por avatares de la vida, tienen necesidades de las que otros no poseen. A mí me pareció una estupenda invitación, para poder colaborar en algo tan bello, como es dar un poco de tí mismo en favor de quien lo necesita. Y, os puedo asegurar que, siempre es bueno, pro cuando se peinan 64+18, es menester cortar cupones donde quiera que se presente la ocasión. Me da mucho miedo presentarme ante el Juez Eterno con las manos vacías. Por ello en cuanto tengo la oportunidad de cortar algunos cupones, me presto para ello inmediatamente. Sé que estos son de tan poco esfuerzo que no tendrán mucho valor, pero si se hace con verdadero amor, tal vez puedan completar alguna hoja que esté en blanco o casi. Estuve cinco horas dedicado a ese menester y me sentí un poquito mejor persona. Sobre todo me sirvió para incentivar esa dosis de buena gente que todos llevamos dentro y que algunas veces dejamos que se duerma. Espero que a mí no me ocurra y pueda seguir siendo útil, dentro de mi pequeñez, a quien me necesite.