Por supuesto dentro del máximo espeto. Tan cierto como que uno se puede divertir respetando. No tienes más que observar en tu derredor y te das cuenta lo divertidas que somos las personas, sin saberlo ni siquiera enterarnos. Aclaro que la casi totalidad de las personas que componemos el grupo del que quiero hablar andamos por encima de los setenta años. Mayor número los que se aplican el casi, que los que no se lo aplican. Por supuesto, que yo me encuentro entre los primeros. La mayoría van emparejados, con sus esposas, sus maridos o sencillamente su pareja circunstancial. Se nota a la legua quién es quién en cada caso.
A estas edades el botón de la sensibilidad, reacciona, incluso sin tocarlo. Basta una simple mirada para que se produzca el efecto deseado, cual es mi caso. Reconozco que juego con ventaja. Yo, sí sé lo que busco, mis elegidos ignoran mis retorcidas intenciones. Más aclaraciones. Dado mi, ya mencionada, malhadada búsqueda de las más íntimas y recónditas indisposiciones que viven en los recovecos de los seres humanos, en este casos concreto, de los hombres, solo tengo que pulsar la cuerda que quiero hacer sonar: el amor propio, orgullo, prepotencia soberbia, machismo; se le puede catalogar de mil maneras. Inmediatamente aquella sonrisa complaciente, aquel generoso diálogo de compartirlo todo, se trueca en un gesto huraño, duro mirar, incluso, ninguneo absoluto a todo lo que yo pueda transmitir. Basta un «qué diferencia en cómo bailas tú que pareces un pato mareado, al lado de tu pareja que dibuja con sus pies, sobre el pavimento, la gracia y el donaire de su exquisita feminidad y sentido rítmico» o «qué elegante en el vestir tiene tu dama, para estar a su altura, tú tienes que esforzarte y aún así te costará, si es que llegas». Lo que podría ser un motivo de orgullo por merecer, se convierte en un «ignoro por qué lo dices porque yo…» Áspero tono y agresivo mirar. Silencio por mi parte y mutis por el foro.
No digamos si de juegos se trata. Ahí, puede suceder de todo. Después de dos o tres escarceos, opté por batirme en retirada y dejar que el mundo siga rodando a impulsos de incongruencias y tolerancias, eso sí, las primeras en la propiedad del hombre y las segundas, con aplastante superioridad, en posesión de la mujer.
¡Señor, ahí, tienes que reconocer que la equidad, la dejaste en el armario del purgatorio, porque de haberla mostrado, el hombre, a quien, según Tú mismo, hiciste a Tu Imagen y Semejanza, hubiera quedado muy mal parado. También es cierto, Señor, que yo te lo agradezco porque de esta manera me divierto y haces buenas mis reiteradas manifestaciones. ¡¡Qué gran diferencia hay entre el hombre y la mujer!! Verde bosque productivo ella y, con algunos claros, no muchos, cielo nublado y bosque seco, el hombre