EL CAMINANTE: DON MANUEL FÍRBIDA, EL CURA QUE ME BAUTIZÓ

El 6 de octubre de 1936, don Manuel Fírbida, cura párroco de la parroquia de Santa María de la Asunción de Beariz, me bautizó, poniéndome bajo el patrocinio del Santo Varón esposo de la Virgen María. Como a uno de mis hermanos, el mayor, ya se le pusiera el nombre de José, en honor a nuestro abuelo paterno, y se había muerto, a mí me cupo el honor de llamarme como el padre de mi progenitor: José, aunque siempre se me conoció por el sobrenombre de Pepe, que quiere decir PP (Padre Putativo por aquello de que San José era padre de Jesús sin…..) Más aún. en mi entorno se me llamaba  Pepiño o Ñoriño, nunca supe por qué el motivo de este apodo. Sé, porque así me lo hicieron saber, que me lo puso Pepito, un primo hermano mío quien merece capítulo aparte. Como iba diciendo, el señor cura era una bella persona, además de un muy buen director espiritual de su grey, en el decir de todo el pueblo. El primer recuerdo que tengo de él data del día de mi Primera Comunión. Antes de tomar la Sagrada Hostia me confesó y, espero no romper el secreto de confesión, solo me hizo dos preguntas, que yo recuerde, y fueron las siguientes, «si decía palabrotas», a la que contesté con un no rotundo y la segunda que si «ni siquiera había dicho la palabra carballo», la pronunció tal cual, para no decir «carallo» (pene). Muy sorprendido por la pregunta respondí rápido: «No señor». El señor cura, además de ser un buen pastor en lo espiritual, en su faceta humana, tampoco era parco. Por conversaciones que escuchaba y no entendía,  en mi casa, don Manuel era sobre todo una gran persona en su faceta humana. Por esas conversaciones a las que me refiero, con el tiempo las comprendí, Nuestra Señora la Virgen de la Asunción, tenía y, aún debe seguir teniendo, unos terrenos que almas caritativas habían donado en testamento a la Virgen. Esos terrenos los manejaba el cura párroco, a la sazón, don Manuel, y los explotaban vecinos cuyas tierras de cultivo eran, más bien pocas. Ese aprovechamiento les costaba unos dividendos, muy pequeños que le eran abonados al cura de la parroquia. El sacerdote de turno, utilizaba, a su vez, esos dineros, haciendo préstamos, sin apenas intereses, a parroquianos que necesitaban realizar alguna compra, una caballería, una vaca, un carro, un terreno, algo que necesitara para su supervivencia. Don Manuel Fírbida fue un hombre modélico en su misión de apostolado vecinal y se prodigó haciendo el bien como su Maestro le indicaba: «Haz el bien y que no se entere tu mano derecha de lo que hace la izquierda». Ahí me quedo. Don Manuel, estoy convencido que sigue cuidándonos desde ahí arriba. Siga haciéndolo, por favor.

 

 

 

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