EL CAMINANTE: MI HERMANA CARMIÑA ES MUY PREVISORA

Mi santa madre tuvo once embarazos. De todos ellos, llegamos a sentarnos a la mesa ocho, los otros tres fueron interrupciones involuntarias. Decía ella, con su retranca gallega y regalando una sonrisa a las personas que la escucharan: «Basta que mi marido cuelgue los calzones a los pies de la cama, para que yo quede embarazada». De esos once estados de gestación, en la actualidad solo quedamos dos, mi hermana Carmiña, la más joven de todos nosotros, y el que suscribe. En alguno de mis libros y en otros escritos, ya conté algo sobre esta hermana mía y su esposo. Solo diré, a título de pedagogía, que Vicente, su marido, era compañero mío allá por los albores de la década de los sesenta del siglo pasado. En una conversación desenfadada, Vicente, me dijo que estaba en relaciones con mi hermana. Comenzaban esas relaciones, según luego comprobé. Aquello me pareció una ofensa imperdonable. Vicente, una buena persona, pero a años luz de merecer el amor de la Princesa de mi vida.

Mi hermana del alma, a la que yo adoraba y sigo adorando. Cualquier príncipe que se presentara requiriéndola de amores, tendría que vérselas conmigo. Y aquel hombrecillo que no medía más de ciento sesenta y siete centímetros quería…Tuvo que intervenir María del Pilar, a la sazón novia mía, después sería mi esposa, que físicamente nos dejó hace dieciséis años, fue ella, digo, la que me quitó la idea de que interfiriera en la relación de Carmiña y Vicente. Me costó mucho acceder, pero María del Pilar se salió con la suya. Nos casamos los cuatro en la misma ceremonia. Llevan cerca de sesenta años casados y se dicen las mismas tonterías, idénticas frases como cuando eran novios recientes. Se adoran, son muy, pero que muy felices y yo, estúpido, bisoño engreído, intenté desbaratar aquella maravillosa unión.

Pero lo que trae a Carmiña en el día de hoy, a esta sección del Caminante, es que esta mañana me llama Victoria Eugenia, la más joven de sus hijos, para decirme que estaba con su madre en el cementerio de Guadalajara visitando el nicho que había comprado, para que ella lo conociera e incluso mandara grabar en la lápida el nombre, sin fecha claro. Mi sobrina, después de unos sensatos razonamientos, muy bien concebidos, consiguió convencerla que no le parecía nada bien colocar una lápida con esos detalles porque si venían algunas personas conocidas, alucinarían si después de leer tal letrero la vieran a ella por la calle. Que conste, y de ello doy fe, que mi hermana se encuentra en total posesión de su cordura. Solo el convencimiento de que su segmento vivencial que considera que es ya muy corto, por la edad que tiene y que la llegada del final, lo vive con absoluta naturalidad. El bueno de Vicente, no podía ser menos, asiente totalmente a los deseos de su amada. La que no lo hace es Victoria Eugenia y les ordena que sigan viviendo como lo están haciendo, que los trámites ya se harán en su momento, cuando proceda.

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