EL CAMINANTE REDESCUBRE SEGOVIA.

No recuerdo cuántas veces visité Segovia. De niño como estudiante, allá por los principios de los cincuenta del siglo pasado, estuve unos días en el Colegio de los Claretianos Hijos del Corazón de María. A partir de entonces varias veces visité la Ciudad del Acueducto y fue precisamente ahora cuando de verdad empecé a conocer la bellísima ciudad de Cándido. Hoy no voy a escribir sobre la grandiosa Catedral ni sobre el Acueducto ni sobre la calidad de la gastronomía segoviana. Me quiero centrar sobre una edificación de la cual no había escuchado ningún comentario en uno u otro sentido: El Parador Nacional de Segovia. ¡Vaya belleza arquitectónica!

Tengo por norma decir que la calidad del establecimiento escogido para cualquier actividad que quieras realizar en él, se descubre en quien te da la bienvenida. En este Parador no tienes necesidad de llegar a la Recepción, los espacios que se te brindan en cuanto accedes al interior, hablan por sí solos. Ellos son un cántico al buen gusto.

Si todas las instalaciones interiores son admirables, las vistas que regalan al Caminante de toda la ciudad de Segovia y sus alrededores no le van a la zaga. Hacia donde quiera que mires te encuentras con un paisaje que te cautiva, además de todos los encantos que te brinda la monumental ciudad. No me duele mientes reconocer que para mí Segovia era El Acueducto, El Alcázar, Casa Cándido, la Nave de la Catedral y poco más. Hoy, al lado de mi Esposa Lorena, he redescubierto una nueva ciudad a la que pido disculpas por mi ignorancia al tiempo que le prometo, si Dios me lo permite, dedicarle unos días para propio gozo y justo reconocimiento.

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