
No. Que nadie se asuste. ¡Ojalá tuviera a la madre que me dio la vida a mi lado! Me faltarían horas, días, meses y años para agasajarla. A la Madre que me trajo al mundo la perdí cuando ella aún era muy joven. Todo mi entorno más cercano me dicen y repiten hasta la saciedad que soy una persona muy suertuda. Yo, me resisto, la verdad con muy poca fuerza, en decirles que no. Sin embargo tengo que rendirme a la evidencia que ellos tienen muchísima razón. Si seré suertudo que la vida me ha regalado, ya cumplido los 85 años, una madre: La que lo es de mi esposa, ahora también lo es mía. Me respeta, me quiere, me mima tanto en el regalo de sonrisas como en el cuido de ofrecerme lo mejor de sus conocimientos culinarios que son muy buenos y variados. No puedo por menos de borrar de mi léxico las palabras que muchas veces se utilizan cuando se habla de las madres de las esposas. Aparte de recordar que antes que suegra fue madre, para mí, mi suegra es una auténtica madre amorosa. Ignoro de quién fue la idea de que el día que la bautizaron le pusieran por nombre: María Dulzura.

A fe que hace honor a ello. Por si el trato que me dispensa fuera poco, la observo en su comportamiento con su nieto y es de una corrección, sintonía y afecto encomiables. Si de la relación que tiene con su hija, hablara, no tendría palabras para expresar el amor que ambas transmiten a quien las contemple. Desde ahora tendré que dar la razón a los que me llaman suertudo porque gran parte de razón, por no decir toda, sí tienen. Además, aunque los designios del Altísimo son inescrutables, por ley natural, es quince años más joven que yo, Dios me debe llamar a mí antes que a ella. Sinceramente así lo deseo. Gracias, Dios, por hacerme tan maravilloso regalo. Te lo agradeceré siempre.
