
En una de mis novelas, LA FUERZA DE LOS HELECHOS, a la vez que rendía pleitesía a la mujer, establecía ciertas similitudes entre ella y los helechos. La una y los otros salvan toda clase de obstáculos para generar vida. Eso, conforme mi humilde entender es lo más grandioso. Ellas se dan a plenitud por amor a lo engendrado y, a diferencia de la humilde planta, no tienen que morir para que otras ocupen sus espacios.

Hoy haciendo uno de mis habituales recorridos por el monte he podido comprobar algo maravilloso: Como los helechos mueren para regenerar los lugares donde han vivido y, de esa forma, conseguir que, en los albores de la Primavera, en esos mismos espacios, de nuevo, reaparezca la vida. Es digno de admiración contemplar cómo la Madre Naturaleza marca las pautas de comportamiento de todos los seres vivos. Nada nos pide y se nos da en plenitud. El contenido del nombre de Madre es infinito por sí mismo.
