
Como he comentado en anteriores escritos, el caminar es la mejor medicina que tomo para sentirme como me siento :En plenitud. Además de ese estado de bienestar que experimento recorriendo todos los días una media de ocho a diez kilómetros a cuatro por hora. En las cuesta arriba me apoyo en mis bastones. En llanos y cuestas abajo prefiero llevarlos de adorno. A ese beneficio admirable, me es regalado otro del que gozo a plenitud. Hoy solo hablaré del placer que experimento al contemplar un sencillo y diminuto chorro de agua que se desliza por la roca regalándole a ella un especial brillo y mantenerla limpia y reluciente. Me paso momentos admirables contemplando esa simbiosis de los dos elementos, tan dispares y tan bien avenidos. En mi éxtasis contemplando tan bello espectáculo, no puedo dejar de hallar una similitud ineludible entre los seres humanos y los dos elementos.

A la vez que ambas, agua y roca, gozan con esa convivencia, el agua va dando a la roca una forma que le es a ella más adecuada para deslizarse. Es cierto que no es composición química quien produce en la piedra desgaste, sino los elementos que en su discurrir arrastra consigo. Las personas que comparten vida gozan de todas las bellas situaciones que entre ambos crean. Muy difícil que entre ellos se creen situaciones que deterioren su convivencia. Son los agentes externos quienes aportan material para la discrepancia y el desgaste. Agua, roca y personas tienen puntos de convergencia vivencial. Si el agua discurre por zonas idóneas el desgaste es menor. Si las personas discurren por sendas de respeto, el desgaste es mínimo e insignificante.