LA SANTA COMPAÑA

A los habitantes de estas latitudes nos han colgado algunos «San Benitos». Unas veces con razón y otras, también nos hicimos acreedores a ellos. No nos regalaron nada, nos lo ganamos a pulso y tampoco nos duelen prendas llevarlos. Uno de los más socorridos, es de dominio universal. » Yo no creo en las Meigas pero haberlas hailas». Muchos autores trazan una diferencia abismal entre las Meigas y las Brujas. A éstas le conceden el privilegio de ser benefactoras de aconteceres de los mortales, asignándole a las Meigas la condición de pérfidas que con sus malas artes, contribuyen a las desgracias de los seres humanos. Por todo lo mucho vivido y por lo mucho oído y escuchado, en las ruadas, en época que, aún no conocíamos luz eléctrica, al amor de la lumbre y a la luz de un candil de gas, cuyo olor contribuía a crear el ambiente adecuado, las brujas eran las consideradas malas, otorgándoles el papel de buenas a las Meigas.  Es mucho de tener en cuenta el eufemismo dialéctico de las personas en el ambiente rural. Rara vez a ninguna persona o cosa que se le tenga cariño o simplemente, aprecio, si en su denominación hay una «j» o una «g» con la «e» o con la «i»  se mitiga su dureza dialéctica intercalando la «u» en el segundo de los casos y suavizando la dureza de la «j» en los primeros. A pocas personas se les escuchará decir «Virgen María» y sí, Virguen María. O cuando nombran a Jesús, el Mesías. Siempre oirás decir Guesús. Es como si no quisieran agredir a las personas y cosas con la dureza de la garganta con la pronunciación dura. El problema se soluciona diciéndolo en gallego con la «x» como protagonista y sustituta de la «j» y de la «g» Pero no siempre se hace. De ahí que la consideración hacia las meigas era mayor que para las brujas. Cuando mi madre uncía la yunta, siempre rezaba unas oraciones mirando a la cruz que había en el centro del yugo y sus plegarias terminaban siempre con las mismas palabras «……Bruxas fora, mañá é martes» (….Brujas fuera, mañana es martes). Podía ser lunes martes, miércoles o cualquier día de la semana. Siempre decía lo mismo.

Es frecuente aunar los temas de meigas con La Santa Compaña. Las meigas tienen mucho que ver con la actitud de los mortales y La Santa Compaña en nada intervienen en los quehaceres de las gentes. Yo tengo mis propias creencias sobre las situaciones que viven los componentes de las peregrinaciones de esas almas noctámbulas. Aprovechando las bondadosas temperaturas que el clima nos regala estos días, con la idea de confirmar estas creencias me he acercado a un lugar de concentración de Mámoas, donde, según yo creo, están deliberando para después realizar sus propios destinos. La Santa Compaña, contra la opinión emitida por muchos, son almas que no tienen opción a llegar a la Luz y están vagando por el «Purgatorio» haciendo eso, purgando ciertas situaciones vividas antes de dar el paso.                                                                                                                                                                                                               Aunque la temperatura, como dije, era agradable, el relente de la noche se metería en los huesos si no fuera debidamente abrigado. Así que envuelto en mi equipo nórdico me acurruqué contra un ribazo, justo frente al  pasillo que da acceso a la Cámara de la Mámoa. Desde donde me hallaba escuché las campanas de la Iglesia de Beariz que dieron las 9, luego las 10. Sentía entumecerse los huesos cuando escuché las 11. Comenzaron los nervios a hacer acto de presencia y según pasaban los minutos, se acentuaba con más vehemencia. La niebla también quería su espacio según avanzaba la noche. De nuevo la campana grande de la torre de la Iglesia sonó 12 veces. Aún el último tañer de la campana bagaba por medio de la niebla, entre los arbustos que crecieron en la puerta y en el pasillo de la Mámoa, sin que influyeran para nada en el sutil modo de desplazarse, comenzaron a salir imágenes,  como si de una Comunidad religiosa de hábitos blancos se tratara, decenas, centenas, millares, incontables figuras compartiendo movimientos y espacios sin que unos interfirieran con los otros. Pasaban casi rozándome. Ninguno de ellos me prestó la mínima atención. Tal vez porque no me veía, o me ignoraba. De pronto uno de ellos se paró frente a mí y con voz, que más que tal, era un susurro, diáfano e increiblemente inteligible, me dijo:                                                         -¿Qué sientes?                                                                                                                               Ante aquella imagen parada frente a mí y aquel susurro, una descarga de alto voltaje,  sacudió todo mi cuerpo. Tardé en reaccionar. Me animó a que me expresara.

 

 

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