Me dijiste «Quiero ser arena y que me acaricien tus olas»
Buenos días Amor., ¿Recuerdas aquella mañana en la pequeña y solitaria playa a la que llegamos, después de atravesar no sé cuántas «trancas» de olivos bordes? Hacía tres días que tú habías llegado a Menorca y ambos teníamos necesidad de acompañarnos, única y exclusivamente, de nuestra soledad. Caminamos sin rumbo solo guiados por nuestro amor. Cuando creímos llegar donde queríamos hacerlo, nos miramos a los ojos y dijimos:»Aquí.» Nos sentamos en las rocas de la orilla contemplando la mar tranquila. Sus colores eran de lo más sugerentes. Nos recreamos viendo la paleta infinita de óleos que conformaban agua, rocas arena y los juegos que se permitía el sol acariciando la supeficie de la mar. Por un momento cambié mi plano y posé en tí mi atención. Ambos estábamos absortos por lo que nos deleitaba lo que se nos ofrecía. Al verte observada por mí giraste tu cabeza y me sonreiste. Te correspondí. Te pregunté por lo que te impresionaba más de lo que teníamos frente a nosotros. No tuviste que pensarlo. «Las caricias de las olas a la arena de la playa. Sabiendo que en cada caricia van incursas las cuitas de amor que oyen y ven por donde quiera que pasan. Y me sentía arena y a tí te convertí en ola amorosa deslizándote sobre sobre mi cuerpo». Nos sonrimos. Nos besamos. Y en aquella mañana esplendorosa ambos nos hicimos olas y arena. El sol, único testigo de nuestra maravillosa soledad, alimentaba nuestros corazones pletóricos de ganas de vivir.