Crreo que los niños del siglo XXI, ni son más inteligentes, ni más listos, ni más espabilados que lo eran los nacidos en el primer tercio del siglo XX, a cuyo grupo pertenezco. También es cierto que los comportamientos de unos y de otros no tienen nada en común. Las razones son obvias. Ahora se les bombardea con toda clase de informaciones. Antes solo funcionaba el boca a boca vecinal. ¿Mejores? ¿Peores? Ni lo uno ni lo otro. Sencillamente diferentes. Y eso no solo ocurre con los niños sino con los que ya éramos y son algo más que niños.
Hoy, cuando salí a dar mi acostumbrada caminata, me desvié un poco y por un monte, casi inacesible llegué a un lugar donde hace muchos años se extrajo pizarra y al paralizar la explotación quedó una oquedad que utilizábamos los muchachos para guarecernos del frío o simplemente como lugar curioso para meternos allí cuando llevaábamos el ganado a pastar por las proximidades.
Era el verano de 1954. Había terminado los estudios y disfrutaba de las vacaiones veraniegas en mi pueblo, Beariz. Una tarde conocí a una jovencita muy linda que otros años no había visto. Era forastera. Llevaba en la aldea unos meses. Nos presentaron. Hablamos y acordamos ir al día siguiente con el ganado. Decidimos que fuera para las Mamoas. Esa zona, de uno de los montes donde se apacentaba al ganado se denominaba así, Las Mamoas porque allí existen cinco túmulos funerarios que tienen forma de «Mamoas» Entre las «Mamoas» está la depresión que mencionaba al principio, vestigio de la vieja cantera abandonada. Yo me ofrecí a llevar las vacas y las tres o cuatro ovejas que había en la casa, llevar el ganado para el monte La solicitud fue aceptada con mucho gusto, no exenta de una buena dósis de sorpresa por mi voluntarioso y no muy nhabitual ofrecimiento. El caso es que a la hora convenida, Carmiña, así se llamba familiarmente la joven y yo nos encontramos en el sitio convenido. Eran ls primeras horas del día. La mañana estaba serena. El gando pacía tranquilamente y nosotros nos metimos en el hueco de la antigua cantera. Nos sentamos el uno junto al otro. Ella me preguntaba cosas sobre la Capital. Yo, a la vez lo hacía sobre sus actividades en la aldea. En fin, lo normal entre dos jóvenes que desean conocerse mejor. Al rato de estar charalando, Carmiña se acercó más a mí, rozándome con su cuerpo y haciéndome preguntas con cierto sesgo, para mí muy novedoso. No conforme con mi actitud, abrió una bolsa de tela que llevaba, en aquel entonces aún no se conocían las bolsas de plástico, y comenzó a sacar fotografías de su familia. Había fotos de sus padres, de sus hermanos, de ella misma. A la vez que me las mostraba, se pegaba más a mí. Cuando ya había sacado bastantes fotografías de la familia, comenzó a mostrarme otras de sí misma, en traje de baño. Ponía mucho énfasis en la calidad del bañador y lo bien que se ajustaba a su cuerpo, en especial a los pechos. Cuando eso decía, cási se ponía frente a mí rozándome con sus senos. Yo asentía coincidiendo con ella en lo bien que le quedaba la refrescante prenda. Viendo fotos y haciendo comentarios, pasamos la mañana, olvidándonos de nuestra misión más importante: cuidar el ganado. Cuando salimos del hueco, no encontramos ni vacas ni ovejas por ninguna parte. Los animales espantados por las moscas y los tábanos que al requerimiento del calor veraniego buscan refrescarse chupando la sangre a los animales que se lo permiten, las hicieron salir corriendo buscando refugio sabe Dios dónde. Entre la maleza de los montes o en las cuadras. Carmiña debió quedar decepcionada totalmente pensando de mí que, adem´s de tonto, era una auténtica calamidad, no sabiendo interpretar los clarísimos mensajes que me remitía de forma tan clarividente. La clarividencia, la vi después, con los años. Y es que yo siempre fui un poco ……..También es cierto que para entonces, aún no había conocido mujer, a pesaar de mis casi 18 años. ¡¡Qué diferencia de aquellos tiempos a estos que vivimos!! Pero, a decir verdad, hoy es el día que siento un poco de pena de mí mismo. Pero solo un poco, porque ser honesto con las propias convicciones, te da un plus de bienestar que, en muchas ocasiones compensa de todo lo demás.
¿El ganado? Mucho más coherente que sus jóvenes dueños, se refugiaron en sus cuadras, viniéndose para la casa. Capítulo aprte merece el comentario de mis padres, por lo que a mí atañe. Otro tanto me supongo que le sucedería a ella. Y lo peor, yendo al pragmatismo que debía imperar en sus mentes, sobre todo en la de Carmiña, el tiempo perdido por el tonto del estudiantillo capitalino que de estudios y de capital, mucho, pero del conocimiento femenino, SUSPENSO. Honestamente, lo recuerdo sin resabios. ¿Lo volvería a repetir?……..
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