Muchas veces he manifestado mi opinión, defendiendo que para el hombre no hay nada imposible, si en conseguirlo pone toda su capacidad. Siempre que me he pronunciado de esa manera, no miraba mucho más allá del piélago de mis ojos ni era plenamente consciente de lo que decía. Y, si lo era, no pensaba más allá de dónde quería llegar en mis pretensiones de conseguirlo. En resumen, que hay muchas cosas que están fuera de nuestro alcance, pero que ello no debe ser impedimento para que, al menos, lo intentemos. Siempre podremos albergar la ilusión de conseguirlo. Todo lo dicho es porque hoy tuve el placer de visitar la casa de Lope Félix de Vega Carpio, más conocido como El Fénix de los Ingenios. La emoción que sentí pisando el mismo suelo que él pisó, al recorrer el pequeño jardín y contemplar los arbustos y árboles que él plantó y cultivó y ver los objetos que él utilizó, os puedo asegurar que es indescriptible. Lope vivió de forma avara, en el apartado de disfrute que el destino puso a su alcance. No paró en mientes de vivir a plenitud, Que se le puedan achacar, tuvo un mínimo de 17 hijos. En el mundo seglar, primero y dentro del mundo sacerdotal, después, no dejó que pasara por sus proximidades un segundo que no aprovechara para imprimirle su personalidad. Prolífero en todos los órdenes, escribió incontables obras de teatro, piezas literarias en todos los estilos, destacando en cada uno de los que trataba. Desafiando todas las leyes de la prudencia y de la sensatez más elemental, me arrogué la osadía de beber en el mismo pozo en el que él lo hacía. Cuando sentía en mi rostro el frescor que subía del pozo, no pude evitar la emoción de identificarme con lo que Lope Félix debía sentir en los meses de estiaje.
Siento el pudor natural que me inspira, escribiendo sobre el hombre que con más pureza y elegancia escribió en la lengua castellana. Al firmar en el libro de visitas, una vez más es Lope quien se asoma a mi mente. Esta vez trae una sonrisa para estimular mi ánimo y me anima a que siga emborronando papel. Que no decaiga.
Se lo agradezco y le prometo seguir mientras las fuerzas me acompañen y Dios me lo permita.
Magistralmente interpretada la obra por 5 actores. Tres damas y dos caballeros. Repito, simpática, divertida y con enseñanzas dignas de tener en cuenta. Todo eso ayer. Hoy, a primera hora concentración a en la falda de la montaña próxima a Santa Inés. Reparto de bastones y «Caminante, no hay camino…» Unos dos cientos participantes nos ponemos en marcha siguiendo las pautas que nos indica el organizador. Buenos caminos. Algunos charcos, fruto de las abundantes lluvias caidas en estos últimos días y, sin apenas desniveles dignos de mencionar, vamos haciendo camino. Paisaje, con el sello genuino Ibicenco. Almendros en flor. Árboles retorcidos, quejumbrosos de los momentos vividos, unos. Otros con varios siglos de existencia, nos contemplan regalándonos el esplendor de al menos 300 años vividos. Pero hay que seguir. El camino se empina y hay que seguir.
Hora del refrigerio. Impresionantes paisajes de montaña. La brisa de la mar nos saluda.
Repuestas las energías, reanudamos camino. Hay que completar el trayecto programado-
Después de castigar el cuerpo, de justicia es, compensarlo un poco. Para eso nada tan acertado como ponerse en las expertas manos de Toni. Restaurante del Club Náutico de Ibiza. Mesa en lugar privilegiado, Toni, según el servicio del comedor, se lo merece. Menú, el experto Ibicenco, no lo duda. Por supuesto pescado y de pescado lo mejor. Así es
Un día redondo para recordar y repetir. Gracias, encantadora pareja. Y desde luego, los que tengáis la oportunidad de gozar del conocimiento de Ibiza, de sus encantos de todo tipo, os aconsejo que consultéis a Toni. Éxito asegurado. Garantía absoluta.
El tiempo transcurrido desde que comencé esta nueva etapa de mi vida, no solo me he sentido más vital sino que, además, no percibo haber puesto sobre mis espaldas unos cuantos meses más. La convivencia con personas muchísimo más jóvenes que yo, y habiendo compartido con ellas diversidad de opiniones y, a veces, encontrados criterios sobre cosas del cotidiano vivir, han hecho renacer en mí, las ganas de seguir y sobre todo, la invitación a reflexionar, hasta qué punto me hallo en posesión de una verdad que no siempre es la compartida. En absoluto me arrepiento de levantarme algunas mañanas pensando en la obligación de cumplir con mis deberes escolares para que la «Seño» no me llame al orden y me recuerde la obligación que tengo de ajustarme a las normas que rigen desde el momento que piso el suelo de tan sacrosanto espacio, cual es la Universidad.
Doce años. Pasaron ya doce años, Amor, que te fuiste de mi lado. Te fuiste solo físicamente, porque te puedo asegurar que sigues en mí, si cave, con más fuerza que nunca. No te imaginas Mamá, cómo cada instante de mi vida está presente tu imagen, tu palabra, tu sonrisa, tu mirar. Ya te dije muchas veces lo mal que lo pasé con Soledad. No sabía cómo compartir con ella mi estancia entre las cuatro paredes de la casa, ni en los espacios abiertos de los montes, ni cuando me encontraba entre una multitud que pudiera simular compañía. En ninguna parte nos soportábamos, hasta que decidí hacerme amigo suyo. Entonces, fue entonces cuando me dí cuenta la razón del bienestar que supone la Soledad. Es cuando mejor dibuja la mente todos los recuerdos. Es el momento en que puedo recrearme en los hechos acaecidos en nuestro vivir. En estos instantes, no puedo por menos que sonreirme. Me sonrío porque nos veo a los dos viajando para cualquier parte. ¡Qué más da! ¿Te acuerdas? Cualquier día de cualquier mes o año. Llego de trabajar. Atardeciendo. Desde abajo te digo ¿»Tomamos café?» Como contagiada esposa de un gallego, tú me conestas con otra pregunta ¿»Dónde?» ¡Qué más da! «Vente y lo pensamos». Dicho y hecho. Un día nos fuimos tomar café a Cuenca otra tarde parecimos en Albacete. ¡Qué importaban el tiempo o la distancia si lo compartíamos! Venir de viaje. Recorridos ya 500, 600 o más Kms. Llegando a casa. Ya la divisábamos. Nos mirábamos, tu sonreías. Yo sabía, conocía muy bien el mensaje que encerraba ese sonreir. ¡»Mira qué camino más simpático»! Decías o decía yo. ¡Qué más da a dónde vaya! Nos perdíamos por él. Nunca de tu boca salió un no. Para nada. Cuando me llamaban a Dirección para cambiar de aires, al llegar a casa, solo me preguntabas
![IMG-20151209-WA0000[1]](https://relatosdelcaminante.com/wp-content/uploads/2015/12/img-20151209-wa00001.jpg?w=840)
El primero. Inmediatamente después apareció Papo Rubio
Pronto Papo Rubio trajo a su compañera. Lo mismo hizo Pico Amarillo
Y siguieron viniendo otros sin marcharse nadie




Faltaba una muestra de los felinos. Ahora vienen a pares

Los únicos que se fueron y bien que lo siento. También pra ellos les sembraba yo.