Hoy hice mi recorrido, en una buena parte, callejeando por la aldea. Como siempre hablando conmigo, soy el que mejor me aguanto, por no decir el único, hasta que llegué a una puerta desvencijada que, un día ya lejano, cerraba la cuadra de las vacas que dormían en su interior. Me senté en una piedra que hay frente a la derruida casa, cerré los ojos y viajé en el tiempo más de 60 años. Estábamos tres personas, su madre, ella y yo, sentados en torno a un lar en el que chisporroteaban con aspecto cansino, dos tizones. No recuerdo bien los temas pero no debían ser muy interesantes, al menos para su madre quien, al son del chisporroteo, comenzó a cotonear, dominada por el sueño. Ella y yo nos miramos. En la mirada y en su gesto había un mensaje de complicidad que a mí me produjo un maravilloso revulsivo que recorrió todo mi cuerpo. Su sonrisa se amplió en el momento que la «Bella Durmiente» se disculpó para retirarse a la cama. Su hija, solícita y amorosa como era siempre y en ese momento, alimentada con una gran dosis de agradecimiento, la acompañó hasta la habitación. A su regreso, luciendo una sonrisa, mensajera de los más bellos augurios, me rozó con sus labios. El escalofrío que recorrió todo mi ser, no tuve capacidad para valorar. Tomó asiento en absoluto silencio. Yo contenía hasta la respiración. Al momento escuchamos un respirar fuerte, muy próximo a unos leves ronquidos. Ella se incorporó, tomó mi mano y tiró de mí hacia la puerta. Descendimos, en puntillas, las pocas escaleras que nos separaban de la puerta donde dormían las vacas. Suavemente la franqueó. Entramos. Cerró la puerta y con violencia felina me atrajo hacia sí. Permitid que sea García Lorca quien me ayude a narrar lo que aquella inolvidable e irrepetible noche del inicio de verano, allí sucedió:
Yo me quité la corbata. / Ella se quitó el vestido. / Sus muslos se me escapaban / como peces sorprendidos, / la mitad llenos de lumbre, / la mitad llenos de frío. / Aquella noche corrí / el mejor de los caminos, / montado en potra de nácar / sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,/ las cosas que ella me dijo.
Y recuerdo aquella noche / Hoy sentado en el camino,/ Debajo del mismo porche,/ En que los dos nos unimos