CAMINANDO SE APRENDE A CAMINAR

                       DOS ALMAS GEMELAS (I)                                                                                                                                                                         No hay escuela que enseñe más que lo hace el caminar. Caminar es leer un libro a escala natural. Las letras se convierten en paisajes, cauces fluviales, olas que van y vienen, personas que suben, bajan, van y vienen.O están sentadas, compartiendo sus alegrías y sus penas.IMG_20180630_182537632_BURST000_COVER.jpg

Tras do Río, es una aldea del Ayuntamiento de San amaro. Su nombre es debido al nacimiento de un aprendiz de arroyo que tiene su manantial primario a no muchos metros al Norte del diminuto poblado. En tiempos remotos, alguien con una gran dosis de humor denominó ese pequeño cauce como vía fluvial. Al no haber otro que pudiera desmerecerle, con el nombre de río se quedó, con el plus que la población, en su máximo esplendor, no tuvo más allá de 20 vecinos. Desde hace unos 80 años dos personas, mujer la una y varón el otro, habitan en Tras do Río. Doña Gloria Requejo y Don Agustín Piñeiro. Viuda ella desde hace unos 14 años y él pasó a tal estado hace menos de uno. Trabajadores incansables que fueron ellos para sacar adelante sus respectivas familias. Entre los dos suman en la actualidad más de 160 años, pero hasta hace pocos meses, aún cultivaban sus huertos donde tenían toda clase de verduras que regalaban a manos llenas a todo el que quisiera saborearlas. Sobre todo la Sra. Gloria, a quien yo le puse el sobrenombre de Mamá Gloria, porque eso es ella, Madre de todo el que se acerca a su casa. Como el tiempo va marcando todas las pautas que rigen el devenir de las personas, a Mamá Gloria la dejó con muchas dificultades de audición y Agustín, apenas ve. Ni audífonos ni gafas pueden suplir las carencias de oidos y de ojos de nuestra encantadora pareja. Pocas personas más quedan en Tras do Río, además de ellos, por lo que cada día salen a dar sus paseos por el  camino asfaltado que da acceso al poblado. Caminando poco a poco, llegan hasta el borde de una estrecha carretera comarcal, por la que pasa un pequeño autobús que recoge los pasajeros de los pueblos de la zona que quieren viajar a la Capital. En la conjunción de las dos vías han colocado una pequeña mampara cubierta para guarecerse los sufridos pasajeros que esperan el autobús. En la mampara, que está cubierta, hay un banco en el que Mamá Gloria y Agustín se sientan para contarse sus recuerdos y los quehaceres de cada día. Ya he dicho que, ni Agustín ve más allá de siete curas en un montón de yeso ni Mamá Gloria oye el pitido del tren aunque el maquinista lo haga sonar delante de sus narices. Pues, allí sentados en el banco de la “sala de espera” Agustín narra sus recuerdos con la mirada perdida hacia sabe Dios dónde, mientras Mamá Gloria que, como es natural, no se entera de nada de la que su vecino le dice, le cuenta todo lo que tenía que hacer y le muestra cómo bordó la mantilla que lleva alrededor de su cuello con unos hilos multicolores que hacen las delicias de quienes los ven. Sin que ellos se percataran, me senté detrás de donde ellos están sentados.Escucho sus conversaciones. Para no alargarme hoy, dejo para mañana la transcripción entera de lo escuchado.

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