Que la montaña Cántabra es un queso grouller, lo saben todas las personas que directa o indirectamente tiene que veer con la historia de la Humanidad. Hoy estuve visitando las cuevas de Covalanas. Estas cuevas como sus hermanas de toda la Cordillera Cantábrica, datan de hace millones de años. Ponerme yo a dar datos o características de su morfología o cualquiera otra explicación que se me ocurriera, sería meterme en un laberinto que difícilmente podría salir. Nunca mejor empleadas las palabras «meterme y laberinto», porque meterse hay que meterse, pero bien acompañado porque el laberinto está ahí., en las entrañas de esas montañas, cofre maravillosos de tesoros incalculables.
En los millonarios lienzos de esas oquedades, escribieron nuestros antepasados, con rasgos sencillos pero reveladores de historias maravillosas, sus inquietudes y vivencias. Digo que sería yo un insensato si…y aún siendo la ignorancia la madre de todas las osadías, solo de la mano de los expertos arqueólogos que nos las mostraron y las explicaciones que nos dieron, puedes llegar a la certera aseveración de que, antes de que los Hermanos Lumiere proyectaran las primeras imágenes en movimiento, ya, hace más de doce mil años lo hicieron nuestros antepasados con la disposición perfecta y cuidadosa de sus dibujos. Eso se muestra claramente en las cuevas de Covalanas.
Al placer de lo que pude admirar, grandioso por sí mismo, tengo que añadir la feliz coincidencia que todo ello me fue mostrado por el verbo fértil y sapiente del Arqueólogo Xermán Darriba, gallego por más señas y mayor complacencia por mi parte.. Puedo asegurar y no miento que a través de sus palabras, había momentos que veía a nuestros antepsados de más de doce mil años, pintando los calizos lienzos de las profundidades cavernarias. Cuánta riqueza tenemos en nuestra bendita tierra y no le prestamos ni el mínimo de atención, siendo como es nuestra propia identidad de la que llevados de la más absurda ignorancia, nos empeñamos en ignorar.