En el día de hoy Beariz disfrutó con dos visitas que nos honran: La Conselleira de Servicios Sociales de la Xunta y la Jefa Territorial de Servicios Sociales de la provincia de Orense. Fabiola y María José, así se llaman nuestras distinguidas damas, visitaron la Casita de los Niños donde su titular, Beatriz, con su amabilidad proverbial les dio toda clase de explicaciones relativas al funcionamiento del centro. En la visita también estuvo Natalia, la trabajadora encargada de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Beariz y, por supuesto el Alcalde Presidente del Concello, Manolo Prado. Debo aclarar que la fotografía que acompaña a este comentario, para no perturbar la paz de los niños ni utilizar su imagen, la hicimos tomando un café. Lo aclaro para los mal pensados. Fueron aleccionadoras las palabras de las damas cuando comentaban los proyectos que se elucubran para sacar a Orense del profundo pozo en el está sumergido:Ser la provincia española más longeva y de menor tasa de natalidad. No estoy en edad laboral, sin embargo voy a intentar solicitar trabajo en la farmacia. Lo haré gratuitamente para que la señorita Rosa, la farmacéutica y Lorena que también lo es, me concedan ese privilegio. Los inteligentes ya se han dado por enterados de cuáles son mis malévolas intenciones. Habéis acertado. No se expenderá uno sin ser sutilmente pinchado. Repito, confío que me concedan el ingreso y de esa forma conseguir que Beariz aumente su número de niños en la casita. Lo sueño todas las noches. No deja de ser un sueño, pero a veces los sueños se hacen realidad. Felicitaciones muy sinceras para los padres de Brais y Amaya. Dos bellezas de niños. Para Beatriz mi reconocimiento más sincero y agradecimiento por cómo lleva el centro










Por convicción he dejado de pronunciar ciertas palabras que en mi cotidiano vivir he utilizado miles de veces. He aprendido que el despedirse, es un poco el morir. Al menos pones fin a un momento que estabas compartiendo. Otro tanto me sucede con el tan utilizado, adiós. Decir adiós, es construir una barrera entre el que lo pronuncia y el que recibe el mensaje.
En Navarra, hace algún tiempo, me enseñaron a no utilizarlo y cambiarlo por el, hasta luego. Decir hasta luego, es mantener vivo el cordón umbilical entre quien lo dice y a quien le va dedicado. Algo parecido me sucede con el me voy. Nadie se va nunca. Se cambia de lugar, pero sigue ocupando un espacio donde quiera que sea. Hoy ha dejado de estar entre nosotros, solo físicamente, porque su recuerdo perdurará por siempre entre los que tenemos la fortuna de honrarnos con su amistad, Manolo Cota. La vida tardó en hacerme copartícipe de su amistad, sin embargo aquí puedo decir, haciendo honor a la verdad, que la calidad, suplió con creces la cantidad. Los pocos años que compartimos la vida me permitió conocer a un caballero, educado, elegante en su porte y amable en su trato. Pero el don más relevante en Manolo Cota era la grandeza de ser una excelente persona.
Lo que nunca te perdonaré, entrañable amigo, es que no me llevaras a Vilariño das Poldras a ver a tu amiga. Te prometo que iré y con ella brindaremos por el irrepetible Manolo Cota que entró en nuestros corazones y no saldrá jamás.
Cuando irradias alegría, hasta las piedras te sonríen. Caminaba yo, como niño con zapatos nuevos, tarareando una canción por el parque que une el metro de Ribas con el Paseo de los Almendros. Infinitas razones había para sustentar el estado de ánimo. En ese momento dos eran los encargados de hacerlo: Uno, el haber amanecido, otro, el llevar en mis manos mi último hijo. Siempre lo es, pero, a ciertas edades, amanecer, es un regalo que por fuerza tienes que dar gracias a la vida por habértelo obsequiado. La «FUERZA DE LOS HELECHOS», terminaban de de unir todas sus hojas en un volumen para su último examen, después de más de un año de peregrinar por mi mente.
¿Verdad que son razones para cantar a la vida? Estamos de acuerdo. Y ella, la vida, me tenía reservado otro maravilloso regalo. Caminando, como digo, por ese bello y frondoso parque encontré una mujer sentada en un banco de los que abundan por los espacios de recreo. Con solo mirarla, sin detenerme, algo descubrió mi mente en aquella persona. Me detuve. Me acerqué a ella y sin más preámbulos le pregunté: — ¿Qué pensamiento ocupa tu mente en estos instantes?– Sin dudarlo ni un instante, respondió: — Ese árbol. — Y señaló uno que había a mis espaldas.–Sus ramas retorcidas llaman mi atención y me hacen pensar si en ellas no se reflejarán las vidas de muchas personas. –Como es fácil comprender, la respuesta era un cántico a la sensibilidad y a la capacidad de expresar un sentimiento. No podía perder la oportunidad del regalo que la vida me brindaba en tan dulce momento de mi existencia. Me senté a su lado. ¿Cómo te llamas?, le pregunté. –Teresa, me respondió. ¿De dónde eres?, quise saber. –De Ponferrada, del Bierzo, — me dijo esbozando una sonrisa. –Llevo aquí muchos años. Voy a cumplir dentro de poco noventa. Vivo en un piso que me regaló uno de mis hijos y estoy muy enamorada de la vida. Escribo poesías que luego recito en una residencia de mayores.
Los divierto mucho a ellos y yo me lo paso muy bien haciéndolo. Hago teatro, pertenezco a un grupo de canto. No paro. Vivo, me gusta mucho vivir y gozo viviendo. Tengo dos hijos maravillosos. Soy viuda desde hace muchos años. Quise mucho a mi marido pero amar, lo que se dice amar, solo amé a mi Valentín. –¿Era ese el nombre de tu difunto esposo? quise saber. –No. –La respuesta fue rápida y contundente. –Valentín era, mejor dicho, es porque en mí sigue vivo, el nombre del joven que conocí en Ponferrada cuando yo vivía allí y pertenecía a un grupo de amigos que salíamos todos los domingos. Nunca se me declaró, tampoco yo a él, pero los dos sabíamos que nos queríamos. Por motivos familiares tuve que venirme a Madrid. Aquí aprendí a leer y a escribir, en mi pueblo no pude ni ir a la escuela, había que ayudar en la casa y no había tiempo par otras cosas. Eran años muy duros, pero éramos muy felices con pocos. Escribía a mis amigas y ellas me decían que Valentín desde que yo me vine, no había vuelto a sonreir. Le sucedía lo mismo que a mí. A los siete meses de separarnos, se murió. Nunca he podido olvidarlo. Sigo enamorada de él.