Hombre de más honesta palabra no se encontraba por estos pagos de la montaña orensana. No era tarea fácil conseguir un hombre tan cabal en el trato de la compra y venta. Carnicero de profesión, antes de poner su mercancía a la venta, tenía que comprar la materia prima para tal menester. Natural del pueblo El Regueiro, del término municipal de Boborás, un día, me contaba él, al levantarse por la mañana, le espetó a su encantadora esposa la tía Dorinda:
–Rapaza, esta noche he pensado que tenemos que cambiar de aires.
La buena de la tía Dorinda, muy sorprendida se le quedó mirando y le preguntó:
–«¿Por qué tan de repente esa decisión y, por cierto, a dónde quieres ir a parar»?
–Pues mira, escoge, a Soutelo de Montes o a Beariz
–Ah, sin dudarlo ni un segundo, de irnos a algún sitio, es a Beariz.
Quién le iba a decir al bueno del tío José y a la encantadora de la tía Dorinda que, con su decisión iban a escribir una página en el Ayuntamiento del pueblo que escogieron para vivir. Esa fue la razón de que su nieto Manuel, aunque nacido en el Regueiro, se criara en Beariz y llegara a ser alcalde del mismo más de treinta y ocho años. Recuerdo al tío Cornín, como le conocíamos todos, montado en su borriquillo, pero no como otro cualquiera podría hacerlo, no, él iba justo sobre lo cuartos traseros del jumento. Lo raro no era que se montara allí, encima de las ancas, lo chocante es que no se cayera, incluso cuando en su estómago llevaba una cunca de vino, más de la cuenta, situación que se daba con frecuencia. No mermaba su honradez, la picardía utilizada por el común de los carniceros: Donde quiera que una vaca hubiera parido, allí se presentaba el tío Cornín, casi siempre acompañado de la tía Dorinda. Veían el ternero, lo negociaban y, normalmente llegaban a un acuerdo, la dueña y ellos. Una de las condiciones que exigían las vendedoras, rara vez había hombres negociando la compraventa, era la retirada del becerro. Había razones muy poderosas para que se lo llevaran cuanto antes, entre ellas, aprovechar la leche de la vaca para el consumo de la casa, que la vaca no fuera castigada demasiado por su hijo y apenas pudiera trabajar en las labores agrícolas y otras más. La picardía a que me refería, aquí estaba: Nunca cumplía el matrimonio Cornín con la fecha de retirada del ternero. Cuantos más días permanecía el novillo con su madre, más kilos añadía para su venta. Como lo hacían todos los tratantes, nadie lo tomaba demasiado en cuenta. Habría miles de anécdotas que contar del tío Cornín. Lo resumiré en una breves palabras. Era tan buena persona que todo el mundo le quería y donde su competencia no alcanzaba porque nublara el paisaje una cunca de más, como dije, aparecía la tía Dorinda y no había entuerto que no se enderezara ni becerro que no fuera a parar a la cortaduría del tío Cornín.