El primer día que me llevaron a la Escuela. Sí, Escuela con mayúscula, porque era allí donde comenzábamos a caminar en busca de la libertad. La libertad, es el don más preciado por el ser humano, y se consigue con el cultivo de la mente. No existe un ser humano con la mente cultivada que no sea libre. En la Escuela recibíamos las primeras orientaciones para conocernos un poco y saber cómo otras personas se preocuparon en hacer muchas cosas para que nosotros las aprendiéramos. Fue allí dónde comenzó la explanación del terreno para que después sobre él se construyera el edificio que conformaría todo mi vivir. Y fue el señor Maestro don Benito Lamas quien inició esa explanación y colocó las primera piedras del edificio José Balboa Rodriguez. Era, a la sazón, don Benito el Maestro de Beariz. Maestro, palabra sagrada, respetada por todas las culturas de todos los tiempos. Junto a la de Madre o Dios, no hay en el universo del discurrir de los tiempos, vocablo que mereciese ni gozase de tanto respeto como ella, tan cierto como la vida misma. Cuando en los momentos de mayor confusión en los foros del universo mundo había controversias que conducían a debacles de consecuencias impensables y sonaba la sublime palabra: «Magister dixit» no había argumentos ni razonamientos que la contravinieran. «Lo dijo el Maestro», no hay más que hablar. Don Benito era mi Maestro, al que, como digo, debo mis principios de aprendizaje de hombre libre. Como persona tenía ciertas facetas que todos conocíamos a la perfección y explotábamos. Nos creíamos muy listos porque conseguíamos de él ciertas prebendas, y no sabíamos que era él quien jugaba con nosotros haciéndonoslas creer. Por la mañana la clase discurría de forma normalizada, y por la tarde, dependía mucho del humor que él trajera después de echar la partida jugándose el café. Por cómo nos miraba, nosotros le buscábamos las vueltas y él nos las permitía haciéndonos pensar que éramos los alumnos los que llevábamos el gato al agua, cuando él ya lo tenía bien mojado. Nos divertíamos nosotros y se divertía él. Los jueves por la tarde nos tocaba lectura en un manuscrito, inteligente lección la que nos impartía, ya que de ella tomamos muchos la afición a la lectura. Me tocó aquel día la página 123 cuyo encabezamiento rezaba EL PAPA. No recuerdo si tenía acento o no, pero para mí, la letra P con la A, repetidas, solo tenía un significado, y así le definí: EL PAPÁ. Eso yo sabía lo que significaba, tenía uno, lo que ignoraba era si existía alguien que fuera el PAPA. Repito, dije EL PAPÁ. Me gané mi pequeño coscorrón y el calificativo que más le gustaba a él dedicarnos: «Cabeza de melón el PAPÁ, no, el PAPA». Don Benito, además de maestro era de todo en el pueblo: Juez de Paz, veterinario, enfermero, a mí me curó una herida en una ceja que me partió mi hermana Remedios de una pedrada, en otra ocasión, la dentellada de un perro en un muslo. En fin, escribiría y no terminaría contando cosas de don Benito, pero lo resumiré en una sola frase: Don Benito mi Maestro era una excelente Persona y como tal lo recordaré siempre. Gracias Maestro por enseñarme el camino que debería recorrer para ser libre.