En realidad, no era yo un niño excesivamente condescendiente con los deseos de mis hermanos mayores. Eso me trajo más de un disgusto. Andaría yo por los cinco años y mi hermana Remedios me mandó hacer algo a lo que yo me negué. Me negaba casi siempre y luego terminaba haciendo todo lo que querían los demás. Era por la tarde, no sé a dónde teníamos que ir. Estábamos en medio de la carretera, delante de nuestra casa. En la calle o carretera, que eran lo mismo, podías estar con toda tranquilidad. Pasaban tres o cuatro coches al día, casi siempre eran los mismos que repetían. Al negarme a realizar lo que Remedios me pedía que hiciera, ella agarró del suelo una piedra. Cosa rara que no fuera un «coyo» canto rodado, ya que el pavimento de la vía era de eso, pero lo que ella agarró, era de pizarra, del tamaño de una mano de hombre. Al decir yo «no voy» se nubló mi mente. Solo recuerdo el «zzsszszszszszs» de la piedra volar hacia mí. Lo siguiente que recuerdo es a mi hermana llorando a grito pelado que decía: «Por Dios Pepiño querido no te mueras. Por Dios que te quiero mucho, no te mueras.» Yo sangraba por mi ceja rota, llenando toda la ropa y sus manos de sangre. Eso la asustaba más y seguía pidiendo auxilio: «Le maté, le maté a mi hermano.» Volví perder el poco sentido que tenía y cuando me desperté estaba en casa de don Benito, el Maestro que era la autoridad más competente que teníamos en el pueblo y estaba obligado a realizar toda clase de trabajos.
A mis ochenta y tres años, a punto de cumplir los ochenta y cuatro, sigo con mi ceja izquierda rota. Remedios nunca más me tiró una piedra. Que conste que lo que voy a contar tan cierto como arrepentido estoy de que así fuera. Ella es «quinta» mía y le tengo un gran cariño y respeto. Ya he dicho que yo no era muy amigo de hacer favores a mis hermanos, aunque después…Remedios, en aquella ocasión quiso convencerme a pedradas, pero luego encontraron otra forma que nunca les fallaba. Repito que la quiero y la respeto de verdad. ¿Qué cuál era la fórmula que descubrieron y les daba resultados inequívocos? Cualquiera de ellos me decía: «Anda, Pepiño ve hacer tal o cual cosa» Mi respuesta era siempre la misma: «Non vou» (No voy) «Perdona ¿qué has dicho que no vas? Bueno pues no vayas, te casamos con Amelia de Jacinta». Santo remedio, perdía yo el culo haciendo lo que me dijeran, fuera lo que fuera. No tendría yo más de cuatro o cinco años; ochenta años después, aún me avergüenzo de lo tonto que era.