EL CAMINANTE: IMPRESIONES DE SUS PRIMEROS RECUERDOS (III)

Si hubiéramos nacido todos, seríamos once hermanos. Solo llegamos a ser ocho. Los dos varones mayores, Manuel y Benito, las hicieron de todos los colores. Baste como seña de identidad, una de ellas.

Eran dos auténticos artistas en lo que decidieran realizar, ya fuera quemar varias hectáreas de monte para sacar un conejo de un zarzal o construir una escopeta con los hierros de una cama. A mí siempre me impresionó la del arco. Se conoce que de alguna manera llegaron a tener conocimiento de la vida de Guillermo Tell. Para imitarlo, de los paraguas viejos, esas sombrillas gallegas que pueden ponerse debajo diez personas y a todas cubre el artilugio, una vez le sacaron las ballenas y construyeron un arco con doce de ellas y las otras las utilizaban para flechas. Doce varillas de acero como aquellas, bien templadas, eran capaces de atravesar una tabla de un centímetro. Ellos las utilizaban para cazar ratas y comadrejas que abundaban por los aleros de todas las casas viejas de las aldeas. Para probar el arco, aprovecharon un momento que no había nadie más en casa. En un tabique de madera que separaba la cocina de una habitación de la casa, una de las tablas tenía un nudo. Como la madera era de pino, con el calor de la cocina la resina se derretía y el nudo quedaba suelto. Muchas veces se caía pero todo el mundo lo devolvía a su lugar de origen. El tal nudo tendría unos dos centímetros de diámetro. Manuel, el mayor le dijo a Benito que por ser el de más edad, le correspondía estrenar el arma y mandó al más joven a la otra habitación para que en cuanto la flecha pasara por el agujero del nudo volviera con él a la cocina. Así lo hicieron, Benito se fue para recoger la flecha y Manuel a probar su puntería metiendo el proyectil por el orificio. Manuel apuntó a su particular diana, tensó el arco y se mantuvo firme. Benito esperaba el disparo pero este no se producía. Reclamaba a su hermano, pero solo obtenía el silencio como respuesta. Desesperado quiso comprobar mirando por el agujero del nudo el por qué del silencio y la inoperancia de su hermano. Éste al verle asomar, disparó con tal acierto que el proyectil tuvo una respuesta inmediata: Un grito desgarrador de Benito. Manuel salió corriendo en su ayuda. Cuando vió la flecha clavada en la ceja de su hermano, inmediatamente se la arrancó, le puso los dedos en ambos orificios, lo bajó a las cuadras y con bosta le taponó los dos agujeros hasta que dejaron de sangrar. El tétanos no hizo su aparición por la sangre de Benito. El tétanos debe ser inteligente y sabía que por donde anduvieran mis hermanos había mucho peligro. Mis padres se enteraron del incidente mucho después. Sobre las dos manchitas de sangre en la ceja, según Benito fue un pequeño incidente con una zarza.


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