Era allá por principios de los años cuarenta del siglo pasado. Yo era muy niño, sin embargo recuerdo con bastante claridad a un señor de pelo rubio, no muy mayor ni muy alto que hablaba con mis padres y cuando se marchó repitió varias veces la palabra gracias. En los días siguientes me fui enterando, por retales de conversaciones que escuchaba a mis padres y hermanos, que el señor se llamaba Perfecto. Aquel nombre me hacía mucha gracia y esa sería la razón por la que siempre que venía a casa o hablaban de él, yo pusiera una especial atención. Una de las primeras veces escuché decir que se dedicaba al transporte de vino desde el Ribeiro hacia la provincia de Pontevedra. En uno de los viajes se le averió su camión en la Sierra cargado de varias pipas llenas del preciado vino de la ribera del Avia, allá por Pena Corneira y no sé por qué razón acudió a mis padres, a los que no conocía, en petición de socorro para arreglar la avería. Mis padres, repito, sin conocerlo de nada le prestaron al señor Perfecto el dinero necesario para que pudiera seguir trabajando y seguir sirviendo vino a sus clientes y sacar adelante a su familia. Desde aquel día en la diminuta bodega de los Balboa Rodriguez, donde había un pequeño barril de cien litros, jamás faltó vino para servir en la mesa. El mismo transportista se preocupaba, cuando pasaba por Beariz, de bajar a donde se hallaba el pipote y lo rellenaba. Como refería, él era de la zona de Pontevedra y un cinco de Agosto, festividad de la Virgen de las Hermitas que tiene una bellísima capilla en medio de un frondoso robledal por la zona de Seixido. Fue un día maravilloso. Nos juntamos un montón de personas, las dos familias éramos de muchos miembros. El señor Perfecto había preparado mucha y muy buena comida y, tanto él como todos los suyos se mostraron muy agradecidos hacia mis padres. Eran otros tiempos y las personas tenían otro concepto diferente de lo que suponía ayudar a quien lo necesitara y el agradecimiento se expresaba en su máxima manifestación. Pasado algún tiempo aún se comentaba en casa lo que relato, sobre todo la celebración de la fiesta de Las Hermitas. Lo más admirable es que, a pesar que el préstamo fue de cierta entidad, no hizo falta ningún papel, bastó la palabra de mis padres y la del receptor del dinero.