No hace mucho escribía aquí, en mi Blog, que la maldad y la bondad absolutas no existen. Hoy en mi pequeño mundo se me presenta una prueba fehaciente de ello. Por razones que en algún momento comentaré, celebro en soledad física, aún estoy en ello, la noche en la que hace dos mil veinte años que el Hijo del Hombre vino a la tierra. Cualquiera puede decir: «Qué pena». Os aseguro que una vez más, los que me seguís ya sabéis algo sobre mi Soledad, pocas veces me encontré más acompañado. Esta Noche Buena la he celebrado en plenitud. Como cada año, desde hace sesenta y cuatro, me he vestido con mis mejores galas, he preparado mi cena, me sentado a la mesa y rodeado de todos mis seres queridos y con la presencia del Niño que esta noche nos visita, he dado cuenta de los manjares suculentos que había dispuesto para cenar. Una taza de leche a la que le añadí una cucharada de Eko, una tostada con un poco de aceite de oliva, al lado de una buena lumbre y, eso sí, un recuerdo para todos aquellos que ni eso tienen para saciar sus necesidades.