Estoy convencido que este escrito va acarrearme una super bronca, pero no me importa. Es necesario decir las verdades, tanto si fortalecen el ánimo como si lo fastidian. De antemano le pido perdón a ella. Confío que me lo conceda.
En los últimos días, debido a mi rotura del tendón de Aquiles. (Su madre pudo haberle sumergido un poco más para que no fuera tan vulnerable) Decía que por habérseme roto el tendón de Aquiles de mi pierna derecha, tuve necesidad de cuidados médicos especiales. Para la total recuperación me recomendaron la Clínica Casiano de Orense. Todos los días me tuve que dar el madrugón para recibir las sesiones a las nueve de la mañana. Lorena me acompañaba para que yo no forzara mi pierna. Una de las mañanas, después de aparcar el coche, nos dirigíamos a la Clínica caminando por la acera. Íbamos de prisa porque la mañana era desapacible. En la entrada de uno de los edificios me pareció ver a un hombre que se removía incorporándose. No le presté más atención y seguimos caminando. En el portal anterior a la entrada de la Clínica, hay una cafetería. Lorena se soltó de mi brazo. Me extrañó su actitud. Me quedé esperándola. Al momento salió con un vaso de café y un trozo de tarta. Me sorprendió. Sin decir palabra retrocedió por dónde habíamos venido. Me quedé pensando. Se me encendieron las luces. Al hombre que intentaba incorporarse en un portal le puse imagen: Era un mendigo que había dormido allí. Lorena le llevó un pequeño refrigerio para que, al menos, calentara su estómago. Repito, sé a ciencia cierta que cuando ella lea este pequeño escrito, me va costar una gran bronca. La doy por bien empleada haciendo justicia a un detalle, que tuvo la mujer con la que comparto mi vida y pido al cielo me permita hacerlo hasta el final de mis días. Gracias Lorena por haberle dado una pequeña limosna a Jesús de Nazaret. «Cuando esto hicierais con un pobre, lo estáis haciendo conmigo».