Siempre he sido un enamorado de la geometría, en todas sus vertientes. Su utilización en mi lenguaje se manifiesta con harta frecuencia. No solo las maneras de conformar sus infinitas figuras, sino en la simplicidad de sus más elementales procedimientos. Tal me sucede con la línea o con su hijo más afín, el segmento.
En esta parte de mi vida, en la que existe la línea como inicio de mi existencia, hasta que se convierta en segmento, mi fertilidad creativa me viene dada por el afán que pongo en rumiar, a pesar de tener un solo estómago. De niño, en los prolegómenos de mi vivir, mi cerebro era una exuberante fábrica de proyectos, realizables unos pocos e ilusorios la mayoría. Esa creación siguió vigente en mi pubertad, en mi juventud y, a fuer de ser sincero, en todo mi devenir y en mis manifestaciones vitales. Venciendo toda clase de lo que pudiera considerarse lógico, vivo mi segunda niñez, cuando no tenía bagaje para rumiar y sí futuro para ilusionarme. Sin entrar en los entresijos, siempre complicados para descifrar lo que es el amor, me siento plenamente enamorado. La mujer que me ha brindado la oportunidad de que eso suceda, reúne todas las connotaciones para, no solo crearlas, sino, y ahí estriba lo realmente, bello, mantenerlas y fomentar su crecimiento. Ahí se produce la inverosímil metamorfosis: El niño crece. Por razones que obvio, pernoctamos en diferentes casas y por ende, en camas separadas. En cuanto mis ojos se abren al nuevo día y dar gracias a la vida por el regalo que me hace, la traigo a mis pensamientos. Su luminoso sonreír, provoca mis deseos de besarla, estrecharla entre mis brazos, desnudar su cuerpo y su alma, reposar mi cabeza en su juvenil vientre y sentir sus manos acariciar mi cabellera, friccionar mis sienes mientras de sus labios brotan unos aterciopelados susurros de ansiosos contenidos. Mis manos, hambrientas de expresiones amorosas hacia quien tanto me regala, estrechan su cintura, acarician sus caderas y mis labios besan sus muslos. Las vibraciones más gratificantes se apoderan de nuestros cuerpos. Retornamos de los etéreos espacios del placer. Por delante la vida en todas sus manifestaciones. Deseamos vivirla.
Bebo todos los segundos de mi existencia convirtiendo en realidad mis más ilusionantes proyectos. ¡Qué bello es soñar despierto y compartir ese soñar al lado de la mujer que amo.