Por diversas razones, y todas buenas, Lorena y yo viajamos a la Capital del Reino. Al contrario que en cómo lo realizamos en otras ocasiones, esta vez nos apetecía hacerlo por la Comunidad de Castilla León. Se puede imaginar lo que significa recorrer Tierra de Campos en los primeros días del mes de Junio. Mares de doradas mieses se mecen al beso de la brisa, deleitando a quienes gocen del placer de contemplarlos. Horizontes infinitos en los que la vista no encuentra obstáculos que limiten su alcance. Nuestro primer contacto, después de atravesar pueblos con sabor y color a construcciones de adobes en los que la historia se recrea y por cuyos alrededores cabalga Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, al frente de sus mesnadas. Dan fe de todo ello los bien cuidados Castillos que aún hoy jalonan toda la tierra castellana.
La llegada a Burgos nos produjo una muy agradable impresión. Lo hicimos por la zona Noroeste. El esmerado cuido de todo lo que hallábamos a nuestro, era admirable. Tanto las zonas ajardinadas como lo concerniente al Campus Universitario reflejaban el respeto y la educación de las personas que ellos comparten la vida. Con ese placer, llegamos a la Joya incomparable de la Catedral. Como casi siempre suele acontecer en el devenir de mi existencia, la Diosa Fortuna se alió conmigo.
Admirando como estaba desde la Plaza de Santa María la fachada que da al Sur, vi pasar por delante de mí un sacerdote.
Mi ángel que nunca me abandona me decía que aquel hombre llevaba consigo algo que me interesaba. Sin preámbulos lo abordé. Un instinto de lógica prudencia, adquirido en los setenta y tantos años que la vida le regaló, se me quedó mirando. Yo me dejé observar. El resultado fue tan rápido como positivo. Por respeto a su privacidad obvio su nombre. Veinticinco años estuvo como responsable, tanto de la restauración de toda la Catedral Arquitectónica, como de las más de setecientas imágenes que conforman el conjunto iconoclasta, tanto en el exterior como en el interior del singular Monumento. Me refería con sano orgullo la ardua tarea que había desarrollado, haciendo especial mención a la limpieza de las imágenes cuya piedra era blanca procedente de la localidad burgalesa de Hontoria de la Cantera.
Los trabajos que, como relataba el Canónigo Fabriquero-Conservador fueron intensos y largos, (25 años), sumaban al natural deterioro por los ochocientos años transcurridos, el hecho de los tres diferentes estilos ya que el barroco y el renacentista se suman al gótico imperante. Seguiremos hablando de Burgos y del exquisito cuido de sus habitantes.