
Por costumbre ancestral, el español suele resaltar mucho más los fracasos del prójimo que los aciertos. Si de profesionales se trata, ese juicio alcanza cotas exponenciales. Por naturaleza mi garganta suele reaccionar bastante mal a cualquier incidencia que la afecte. El frío, el calor o una pequeña partícula que no elija bien la dirección a seguir, me crea molestias a las que no suelo dar importancia por lo frecuentes que son. Hace unos días, al subir una cuesta no demasiado larga, pero con bastante pendiente, una vez más, sentí que mi garganta se resecaba y me escocía al mismo tiempo. No le di demasiada importancia por ser algo cotidiano. Al adía siguiente, se lo comenté a mi esposa. Alguien que no vemos ni pronuncia palabras, que solo vive en nuestro cerebro, nos aconsejó que deberíamos hacer sabedor a nuestro Médico de Familia de esa, para nosotros, nada inusual anomalía. Así lo hicimos. Comunicamos con el Doctor Don José Dobarro poniéndole al corriente de lo que me sucedía. Personalmente me animaba más el intercambiar unas palabras con el carismático galeno que el interés porque me recomendara cualquier tipo de pastillas u otro cotidiano remedio. No acertamos en nada: «Vente en cuanto puedas a la consulta» Pensé que tendría el mismo interés que yo por echar una parrafada. Llegué al Centro Médico. En ese momento, rara avis, no había nadie en la sala de espera. Me invita a pasar. Se nos une Daniel, Enfermero de una contrastada profesionalidad que ejerce envuelta en una dosis de humanidad, rayana en lo insuperable. Los dos me escuchan y el Doctor Dobarro, sorprendiéndome y mirándome a los ojos me ordena: «Ahora mismo te vas a Urgencias». Le miro luciendo la mejor de mis sonrisas considerando que lo escuchado es una broma de amigo. No, no era una broma. Obedecí. Ingresé en el Hospital. Reconocimientos rutinarios y compás de espera para que me devuelvan a mi domicilio. No acertaba ni una. Cuatro días de reconocimientos y consultas. Trato inmejorable por parte de facultativos y personal de enfermería. Resumiendo, había que actuar contra algo que no actuaba en mi favor. Me niego a utilizar términos científicos con los que en nada me identifico por mi supina ignorancia. Lo diré a mi manera: Estaba tan distante de sufrir un infarto de miocardio, menor que la existente entre las dos caras de un cuchillo bien afilado. El Cardiólogo Doctor Don Ramón Mantilla con su magnífico equipo se encargaron de que un conducto que tiene la obligación de llevar sangre al corazón dejase de estar obstruido en un noventa y nueve por ciento. Tres días en observación y hoy, ya en mi domicilio, puedo dar las gracias a todos los que han contribuido a que siga en el país de los vivos Al menos hasta ahora mismo. De una manera muy especial, al Doctor del Centro de Salud de Beariz, Don José Dobarro quien, con su saber hacer y conocedor de los síntomas que revelan situaciones anómalas que otros intentarían solucionar con unas pastillas, él supo reconocer la gravedad que me aquejaba y puso en marcha todo lo necesario para que se convirtiera, de momento, en una simpática anécdota. Gracias Don José por el impagable regalo que me hiciste.

Seguiré hablando de nuestro eficiente, humano y grandioso profesional que es el Médico de Familia de Beariz y el Enfermero que comparte con él la vigilancia de los vecinos de Beariz.
No puedo cerrar este escrito sin expresar mi más profundo agradecimiento a todas las personas que me han manifestado su interés porque me recuperara. Empecé a responder a todas ellas, que son varios centenares. Gracias de todo corazón por el cariño que me dais.