Si hubiéramos nacido todos, seríamos once hermanos. Solo llegamos a ser ocho. Los dos varones mayores, Manuel y Benito, las hicieron de todos los colores. Baste como seña de identidad, una de ellas.
Eran dos auténticos artistas en lo que decidieran realizar, ya fuera quemar varias hectáreas de monte para sacar un conejo de un zarzal o construir una escopeta con los hierros de una cama. A mí siempre me impresionó la del arco. Se conoce que de alguna manera llegaron a tener conocimiento de la vida de Guillermo Tell. Para imitarlo, de los paraguas viejos, esas sombrillas gallegas que pueden ponerse debajo diez personas y a todas cubre el artilugio, una vez le sacaron las ballenas y construyeron un arco con doce de ellas y las otras las utilizaban para flechas. Doce varillas de acero como aquellas, bien templadas, eran capaces de atravesar una tabla de un centímetro. Ellos las utilizaban para cazar ratas y comadrejas que abundaban por los aleros de todas las casas viejas de las aldeas. Para probar el arco, aprovecharon un momento que no había nadie más en casa. En un tabique de madera que separaba la cocina de una habitación de la casa, una de las tablas tenía un nudo. Como la madera era de pino, con el calor de la cocina la resina se derretía y el nudo quedaba suelto. Muchas veces se caía pero todo el mundo lo devolvía a su lugar de origen. El tal nudo tendría unos dos centímetros de diámetro. Manuel, el mayor le dijo a Benito que por ser el de más edad, le correspondía estrenar el arma y mandó al más joven a la otra habitación para que en cuanto la flecha pasara por el agujero del nudo volviera con él a la cocina. Así lo hicieron, Benito se fue para recoger la flecha y Manuel a probar su puntería metiendo el proyectil por el orificio. Manuel apuntó a su particular diana, tensó el arco y se mantuvo firme. Benito esperaba el disparo pero este no se producía. Reclamaba a su hermano, pero solo obtenía el silencio como respuesta. Desesperado quiso comprobar mirando por el agujero del nudo el por qué del silencio y la inoperancia de su hermano. Éste al verle asomar, disparó con tal acierto que el proyectil tuvo una respuesta inmediata: Un grito desgarrador de Benito. Manuel salió corriendo en su ayuda. Cuando vió la flecha clavada en la ceja de su hermano, inmediatamente se la arrancó, le puso los dedos en ambos orificios, lo bajó a las cuadras y con bosta le taponó los dos agujeros hasta que dejaron de sangrar. El tétanos no hizo su aparición por la sangre de Benito. El tétanos debe ser inteligente y sabía que por donde anduvieran mis hermanos había mucho peligro. Mis padres se enteraron del incidente mucho después. Sobre las dos manchitas de sangre en la ceja, según Benito fue un pequeño incidente con una zarza.

Desde mi Atalaya de Os Cotiños a donde acabamos de regresar después de compartir con María Blanca y con él en su apartamento de Sanxenxo, tan enriquecedora sobremesa, solo puedo decir que hoy escuchamos una lección magna de la boca de un hombre que conoce nuestro pueblo y sus gentes como nadie. Gracias, Maestro, te agradezco en el alma todo lo que hoy me has enseñado. Continuaremos, si a bien lo tienes, hablando sobre un tema tan interesante como es el conocer a nuestros antepasados que es la mejor manera de conocernos a nosotros mismos. Es para personas privilegiadas. Gracias Don Julio.
Aspecto de la playa de Sanxenxo por culpa del maldito Coronavirus. Leiriñas de arena, como as leiriñas en las huertas en las aldeas.
No sé cómo se llama ni se lo pregunté. Me regaló una sonrisa y para mí fue el mejor obsequio. Es un Peregrino no CAMINHO DA GEIRA E DOS ARRIEIROS, el primero que veo y creo que pasa después de la maldita Pandemia. No le pregunté el nombre, su identidad la lleva impresa en su sonreír a pesar del sol de justicia que calienta nuestros cuerpos. Viene desde el País hermano, desde la bellísima y ciudad de Braga donde comienza el Camino que lleva a la casa del Apóstol Santiago . No quise entretenerle, era un pecado hacerlo mientras el sol seguía implacable su labor veraniega. Le acompañé unos metros hasta cruzar el río Avia, con un gesto de hermanos, y un abrazo virtual le dije: BUEN CAMINO.
Mantenemos un noviazgo de conocimiento mutuo para si ello es cónsono con nuestros propios criterios, terminar en un matrimonio como cualquier otra pareja. En esto debo hacer una observación que llevo expresando hace ya muchos años y con pleno conocimiento: Las personas somos unos seres mutantes, lo cual me lleva a la conclusión que en el segundo cuarenta y tres somos diferentes a cómo éramos en el segundo cuarenta y dos. No obstante, esta aplastante realidad, mi dama y yo nos damos este tiempo de reflexión y conocimiento de defectos y virtudes que nos adornan, a ella, porque a mí, son mínimas las que mejoran mi figura, tanto humana como de las otras. Bien, decía que pasado este tiempo de reflexión tenemos pensado unirnos en matrimonio como mandan los cánones. A los ochenta comencé a publicar en serio, Autobiografía, novelas, libros de relatos y sigo escribiendo con febril insistencia, intentando recuperar el tiempo perdido, si es que lo hay, porque cincuenta de ellos, compartidos con una mujer maravillosa que físicamente nos dejó hace ya quince, formamos una familia que hoy sigue siendo modelo de comportamientos en un mundo nada fácil. Hoy mismo, festividad de San Benito, con mi novia, hicimos una peregrinación a su Santuario de Pardesoa de Santiago recorriendo a pie veinte y tres kilómetros bajo un sol de justicia que superaba, a la sombra, una temperatura de treinta grados y realizamos el recorrido entre las nueve y media de la mañana y las seis de la tarde. Y más cosas que podría añadir. ¿Decidme si no bastan para que el título de mi Blog de hoy no pueda llevar el título que encabeza este comentario?
Suena a pedantería y no están muy errados quienes así piensan. La tal Estrella no es sino mi nueva novela LA FUERZA DE LOS HELECHOS. Como mi personal firmamento es tan insignificante, en cuanto nace algo nuevo, resalta tanto que deslumbra mis ojos, por eso con toda rapidez pongo en conocimiento de mis fieles lectores, la salida a la calle de este libro, en el que, como en los demás, le entrego lo mejor de mí mismo. LA FUERZA DE LOS HELECHOS es un cántico a la mujer. Todos sabéis que lo helechos son una plantas muy abundantes en las regiones húmedas. Su desarrollo es muy rápido y, sin embargo su complexión es muy variada. El mástil estilizado y muy fibroso nace con un núcleo redondeado y muy blando, tanto que, si se le toca con las yemas de los dedos, a la mínima presión, se deshace. Es frecuente hallarlo en los arcenes de las carreteras donde el hormigón asfáltico que los cubre no tiene el espesor ni la compactación que se le da al firme de la zona de rodadura, sin embargo, no deja de ser un elemento compuesto de un betún sólido amasado con gravilla pétrea, formando una capa muy resistente a cualquier tipo de agresión, incluso punzante. Caminante, por las tierras gallegas, párate y observa con detenimiento, en primavera, cuando la naturaleza despierta del letargo invernal, cómo los helechos atraviesan esa capa de hormigón asfáltico de los bordes de las carreteras y se desarrolla en plenitud. Y, si cuando los ves que asoman, los frotas con las yemas de tus dedos, como digo al principio, sin apenas esfuerzo, tus dedos se verán manchados de una pulpa húmeda y tierna. En mi humilde entender, en esa capacidad de salvar dificultades, utilizando la ternura, su fortaleza, su prudente inteligencia, su silencioso sufrir, su darse a sí mismas para fertilizar su hábitat y engendrar vida, veo la similitud de la humildad del helecho y la humilde grandiosidad de la mujer. Siempre se ha dicho que detrás de cada gran hombre hay una mujer. Pienso que no hay ningún hombre que destaque si a su lado no hay un ser extraordinario, una mujer, que lo motive. Es ella la Reina de la Naturaleza, es la Señora de lo creado y si se para, el mundo no se mueve. Los helechos han copiado de la Mujer su capacidad de sacrificio y en todo su vivir lo demuestran. En LA FUERZA DE LOS HELECHOS así lo expreso y en cada instante de mi vida, así lo manifiesto.